
70 años de amor, 70 estaciones pasaron más rápido que el aleteo de una mariposa, duraron menos que un cortado con galletitas, un toc-toc de tekila. 70 años, fueron pocos. Fueron nada; porque la eternidad que nos prometimos duraba, lo que duraba una vida. Verte, tocarte, llorarte; volver a verte, tocarte y llorarte, es convencerme que la libertad que despierta verte dormido es, una de las cosas más dolorosas. Te amo, lo sé; te amo porque siento calambres en mis huesos, pereza de seguir y balazos de agua en los ojos de mi alma.
¿Ahora? ¿Qué hago los mates ricos que nos acompañaron al amanecer y antes de que se esconda el sol? ¿La cama? ¿Los almuerzos? ¿La soledad? ¿La tristeza?
- El señor es mi pastor, nada me puede faltar.
Repetimos todos juntos.
El agua bendita riega la madera. Las flores, quietas, colgadas rocían.
Suenan celulares, suenan campanas, ojos esquivan miradas, abrazos forzosos, silencio colectivo.
No hay palabras... No hay palabras. No. No hay tierra; no hay, ni habrá olvido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario