domingo, 6 de julio de 2008

Invaginacion de monasterio






Tantas vueltas dio mi alma que el mareo letárgico de penas en el limbo junto a otras sustancias ingrávidas infelices nauseaban dolor insoportable e inmortal. Pasaron 90 años para que el ciclo vuelva a concretarse. Mientras tanto, mi memoria karmática caminaba sobre filosos vidrios. Saltando, sangrando y desparramándose en nubes grises de noches sombrías cargadas de torrentes acuosos y eternas melancolías, mas o igual de eternas como lo era, el padecimiento de estar sin ella. Luego estallaba en agresivas centellas de truenos, gritando su nombre en lenguaje natural.
Seguramente estabas perdida en otra galaxia, lejos de mi y no podrías escuchar los aullidos celestiales. Aunque descosa con mis alaridos las aristas de todas las dimensiones, nada cambiaria. Imposible encontrar lo que por ordenanza de Dios debía permanecer oculto.
Estuve vagando por todos lados. Recorrí estrellas, satélites constelaciones hasta caer en este pedazo de carne con tronco y extremidades superiores e inferiores. Mis células comenzaron a dividirse por mitosis formando el complejo sistemas de órganos y poco a poco empezaron a realizar sus funciones especificas.
Una vez mas insuflado a los pulmones del nuevo ser por el aliento divino. Comprimido, incomodo, apretado, circulando por delgados capilares. Cada pulsión de sangre hacia la periferia era una oportunidad irrepetible para mi autorrealización
La energía colmaba mi cuerpo y me regalaba ganas de adentrarme en la inestable experiencia de vivir y acertar el camino extraviado.
Acostumbrarme al tiempo era raro. No me incomodaba su presencia. Solo que, ver mi cutis llenarse de estrías, añejarse con profundas arrugas replegadas sobre si mismas como membrana de bandoneón, era extraño.
Un vientre fue facilitado para el engendramiento del reflejo de mi ser. En un plazo de nueve meses, horas contabilizadas desde el planeta tierra, ayudada por dos parteras y un joven doctor de guardia, nació Cecilia.
El ciclo distraído jugó con nuestros cuerpos, colocándonos detrás de frascos parecidos. Cristales que hacían de separador natural.
El planeta fue girando como siempre lo hizo. Los engranajes comenzaron a insertarse en los lugares que correspondían. oxidados por el oxigeno del ambiente y lubricantes baratos. Todavía servían, aunque ruidosos. Repletos de resortes, clavijas y tornillos, comenzamos a movernos inconcientemente en la implícita sincronía asignada. Sin saberlo nos transformamos, en una perfecta pieza de reloj inglés.
La mudanza de tus padres no fue un hecho azaroso. Tampoco lo fueron las tardes en las que nos juntábamos a jugar a las escondidas. En cámara lenta se fue tejiendo una fina pero resistente red de relación interpersonal que nos fue atrapando dulcemente.
Me enamore de vos con pocas razones cuerdas, pero con las suficientes grabadas en mi alma. Eras una mujer delicada, de buenos modales. Bella como las puestas de sol en las playas del caribe, repleta de virtudes y atributos físicos dignos de contemplar en silencio, sin perturbarte. Tan irresistiblemente hermosa, violenentamente tierna y cruelmente cálida. Todo acobachado en una sola persona, todo lo que faltaba para rellenarme, y sentir que no había necesidad de nada más. Solo con acostarme sobre tus regazos y tu brazo me rodee, proveías la seguridad necesaria en esos días, en los cuales, temores revolvían mi tranquilidad.
Vos tenias experiencias en el amor, en cambio yo, un ser nulo en todos los aspectos que involucraban al corazón y a su exteriorización. Todavía no tenía la suficiente madurez emocional para manejarlos correctamente.
Todo era nuevo para mí, pero a la vez tenia un calido perfume familiar. Como una realidad leída en una repasada, o un sueño repetido en varias noches de insomnio.
Parecía que te conocía mucho antes de nacer. Que tus ojos celestes habían penetrado mi pecho y reventado mi cabeza en millones de pedazos siglos pretéritos.

Eras la primera persona con la cual me atrevía estar. La única que me gustaba y atrapaba en su sigilosa paz interior. La única que podía tomarle la mano sin tener vergüenza, confiarle mis temores no importara los tontos que fueran.
Me enseñaste a dar besos cinematográficos, a ser sutil en el movimiento de mi lengua y a no derramar saliva sobre tu quijada cuando duraba mucho tiempo.
Solíamos ratiarnos del colegio para encontrarnos en el bar del frente a tomar unas cervezas, escuchar buena música mientras fumábamos cigarros suaves extra slim sin tragar el humo. Mantenerlo entre los dientes hasta no aguantar la respiración, ahogarnos y toser la espesa nicotina.
Me gustaba verte en el uniforme, esa pollera de color gris, cuadriculada y tableada hacían tu cola redonda. Las medias cancanes, piernas suaves y sensuales. Camisa blanca ajustada con los primeros botones fuera de su ojal, me declaraban la guerra diariamente.
Al finalizar el recreo nos escondíamos en el baño cerrando las puertas. Nos parábamos sobre las tapas de los inodoros, esperando pacientemente que todos los alumnos entren a clases. Una vez obtenida esa certeza, uníamos labios hasta sentir que los bellos erguían al rozar pieles adolescentes. Ardíamos por dentro, transpirábamos pasión fermentada. Mi torpeza y tosquedad mas el roce brusco de mis aparatos lastimaban tu boca. Siempre arruinaba el momento.
En el aire del barrio había un extraño olor a podrido. Las personas me miraban de una manera no habitual y susurraban escondiendo sus bastardas palabras. No era para menos, se había desparramado un rumor anómalo. Incomprensible para sus diminutas mentes. ¡no se podía esperar más, de un lugar donde las casas eran prácticamente iguales!. Tanto era así, que algunos adornaban con masetas de adobe multicolores, adquiridas en las ferias de carpa que nos visitaban una vez al año en fiestas patronales. Colocaban en ellas, plantas regionales o flores vistosas para distinguirse del resto.
El chisme se agolpó en el paladar del vecino malintencionado. No pudo contenerse y vomitó en los oídos de papá acerca de mi supuesto romance inmoral. Al principio no lo creyó. Un par de personas se intrometieron en el conflicto para sujetarlo y evitar la inminente pelea. Papá se sintió profundamente ofendido, exigiendo disculpas.
Era imposible que su única hija de 14 años anduviera en tranzas con alguien. Mucho mas escandaloso era pensar, que no se trataba de un galán mayor, un compañero de colegio, algún chico del ciber de la esquina o del chat. Sino que, podía ser Cecilia, su mejor amiga.
El primer mecanismo de defensa utilizado para mantener su integridad psíquica fue la negación, ensimismándose en lo deseado y no en lo real. Luego la proyección, culpando y responsabilizando a mamá de mi supuesta aventura amorosa.
Pasaron semanas y las cosas se fueron tranquilizando paulatinamente. No escuché reproches, tampoco preguntaron acerca de mi relación. Aunque se notaba una pequeña neurosis volando en el ambiente.
Esa siesta de julio invernal abrió el antes y después en nuestra relación. Debíamos haber estado en clases de educación física jugando hockey, pero aprovechamos que mis padres trabajaban horario corrido administrando campos en la ascienda de un agricultor acaudalado, para ir a casa y conseguir un puñado de paz. Con mucha precisión le quité el seguro a la ventana y entramos a mi habitación. Verte parada cerca, hacía sentirme la mujer más feliz del mundo. Te amaba más que a mi vida misma.
Las hormonas secretadas por el sistema endocrino nos quemaban las manos, la cabeza y todos los sentidos, salpicando la tela de la cordura. La locura tomó control de nuestra razón, sumergiéndonos en indomable excesos. Comenzamos por acariciarnos los muslos, rozamos cuellos con suaves gemidos. Éramos dos mujeres explotando amor acumulado desde reencarnaciones anteriores. Desabroché tu blusa, dócilmente la retiré, haciéndola patinar de tus hombros. Que sabroso era tu cuerpo cuando se despojaba de paños innecesarios. Mientras tanto me arañabas la espalda y mordías mi oreja izquierda susurrando lo mucho que me amabas, prometiéndome que nada ni nadie nos separaría, que íbamos a estar juntas por siempre y para siempre. No importase las piedras arrojadas ni las personas que se opusieran a nuestra historia.
En el momento que estaba subiendo tu pollera, papá irrumpió en la habitación. Nos vio recostadas enredadas de lujuria. Yo delirando de placer y vos, derritiéndote sobre mí.
Perdió el control de sí mismo. Se enfureció de una manera que jamás había visto, lo desconocí por completo. Ya no era ese dulce hombre que leía cuentos por las noches para hacerme dormir, ni el que me llevaba a pescar y me traía a toro cuto cuando mis pies estaban hinchados de tanto caminar y saltar alambrados. Bastaron unos segundos para que se convirtiera en el asesino psicópata de mis sueños rosados y en una persona detestable.
Ese día recibí la paliza mas brutal de todas. En cada latigazo reafirmaba mi amor por cecilia. Se enfurecía aún más al no oírme negar lo que sus ojos habían corroborado minutos antes. -¡¿Por qué es tan difícil entender que la amo?! ¡basta de pegarme!- No pude mantenerme en equilibrio y mi vista comenzó a nublarse. Lo ultimo que recordé fue su cara enajenada y una frase que hasta el día de hoy perfora mis tímpanos _¡yo te voy a enseñar lo que es amor!_
Dos días después, desperté en el hospital con vendas y sueros adosados a mi antebrazo. Mi cuerpo se mancho de injustos moretones. La hebilla de su cinto abrió tristeza en mi piel, dejando marcas imborrables.
Me prohibieron verte _¿porque? ¿no se daban cuenta del daño que me hacían?_ Estar lejos de vos era fastidioso y deprimente.
Permanecí escondida en casa, vigilada las 24 hs, mientras papá arreglaba mi exilio. Pidió un préstamo en el banco y se endeudo hasta los codos para llevarme al exterior. De esa manera, cubría con lodo de estanque, la deficiente moralidad familiar de tener una hija lesbiana.
Me trasladó a un internado a cargo de las hermanas de la Merced en un alejado e ignoto pueblo de España. Mi tío se hizo cargo de mi custodia legal, convirtiéndose en el cómplice de mis desgracias y rencores multiplicados exponencialmente por cada instante, momento, día, mes, lejos de Cecilia.
El desafuero hilvanaba retazos de miseria sobre mi viejo corazón roto, quejoso y resquebrajado. Nunca mas supe de tu vida, la tierra se convirtió en un gigantesco pantano. Me dio un bocado, saboreando suavemente mi desilusión. Tomé licencia de mi propia existencia. Puse una vacante para quien se anime a ordenar este cabaret interior.
Odié a mis padres. Mamá, mujer sumisa a la tiranía de su esposo, no se opuso a mi extradición. Papá no entendió que al amor se lo siente con igual intensidad no importando el sexo. El cuerpo solo, un coadyuvante para manifestarlo. Sus esquemas mentales jamás sucumbieron. Quizás era difícil aceptar sin comprender y querer sin juzgar. Doble esfuerzo que no estaba dispuesto a realizar.
Por dentro estaba podrida, no había órganos internos. Los pocos restantes entraron en un cuadro de descomposición. Gusanos del pasado comenzaron por el corazón, continuaron con el hígado, páncreas y las vísceras restantes. Aunque por fuera mi piel simulaba encontrarse en perfectas condiciones, cada palabra emanada, salía un aroma fétido repugnante.
Perdí interés por el alrededor. Los acontecimientos importantes se convirtieron en mañanas, tardes y noches carentes de sentido. Poco a poco la pelea por subsistir en esta selva llena de roñosos monos fue bajando sus brazos. Buscaba motivos concretos para no desaparecer de éste círculo necio que infectaba mi alma.
Sentía estar fuera del tiempo y espacio. De bajar cuando todos suben y de llorar en el momento de los espinosos aplausos teatrales. Todo lo que quería, añoraba y amaba se lo había patinado el pasado en sus sádicas apuestas hacia el futuro en ruletas fraguadas de casinos corruptos.
Mis días se perdieron dentro de una vieja iglesia en un pueblo de Italia. Me entregué completamente al servicio de Dios y los hermanos que necesitaron apoyo espiritual.
No hubo instante que no le pregunte al supremo porqué todo giró hacia la cerrazón de la sequía y escasez. Recuerdos perturbaban el alba, desaparecían e inquietos reaparecían, siempre con la desequilibrada ilusión de cruzarla en cualquier esquina. Las bolillas del rosario lastimaban mis callosas manos, cada oración era una daga que rasgaba sueños aniquilados.
Recortaba mis venas con una navaja. Suicidarse era un pecado mortal. Único motivo que ponía frenos a mi fin. A pesar de los años nunca jamás desapareciste de mi corazón.
Merodeaba antes del alba y la lucidez se hacia evidente en la mañana. _¿Donde estás?_
_ ¿qué estarás haciendo en esta confusa madrugada?_
Solía aproximarme al balcón y observar la maravillosa creación del Señor. El mundo se hacia chico en esta aldea, pero a la vez inmenso sin tu compañía.
Viví 70 años de penumbras sin la luz conocida en mi adolescencia. Mi muerte llegó lenta y progresivamente por un cáncer que tomó mi garganta padeciendo infiernos antes de partir.
No hay final que no atemorice, ni duelo que no haga llorar entre bambalinas como un ser indefenso. Hasta el mas valiente se hace pis en los momentos de transición en los que las cosas que importaban devalúan empobreciendo los bolsillos del alma. Ya indigente de certezas y seguridades inexistentes, salvo la muerte misma. Algunos se apoyan en sus conocimientos racionales, metódicos sistemáticos pero falibles. Otros se aferran a un ideal válido en la época por la que transitan. Muchos más, intentan no pensarlo y se esconden detrás de un intelecto voluble a los intereses del marketing, vaciando su conciencia de pensamientos, viviendo felices por el resto de sus miserables vidas. Mas cobarde era mi postura, apreté la sotana entre
mis piernas con ayuda de la frustración de mis recuerdos. Me encapsule en una religión, la cual, me dictaminaba en que creer, cuando rezar, que agradecer, lo bueno y lo malo. Que acciones debía realizar en éste fucking planeta tierra para ganarme un lugar en un supuesto cielo. Ese que muchos otros, disienten y lo ven desde el punto de vista que mas les conviene o manipulados por la rutinaria tradición de sus ancestros, realizan mecánicamente cultos adecuados en algún tiempo pasado, olvidando su significado real. De esta manera desaparecían las preocupaciones acerca mi futuro. Había encontrado la salvación para mi espíritu.
Agonicé en los aposentos de un templo alejado de la civilización, de mis familiares y de tu placida compañía-¿Te encontraré arriba? O ¿será como en todas las vidas?



Fragmento extraído de
“eutanasia a ciclos de amor”
Novela todavía en realización
Autor: Luis Guillermo Omar