domingo, 6 de julio de 2008

Invaginacion de monasterio






Tantas vueltas dio mi alma que el mareo letárgico de penas en el limbo junto a otras sustancias ingrávidas infelices nauseaban dolor insoportable e inmortal. Pasaron 90 años para que el ciclo vuelva a concretarse. Mientras tanto, mi memoria karmática caminaba sobre filosos vidrios. Saltando, sangrando y desparramándose en nubes grises de noches sombrías cargadas de torrentes acuosos y eternas melancolías, mas o igual de eternas como lo era, el padecimiento de estar sin ella. Luego estallaba en agresivas centellas de truenos, gritando su nombre en lenguaje natural.
Seguramente estabas perdida en otra galaxia, lejos de mi y no podrías escuchar los aullidos celestiales. Aunque descosa con mis alaridos las aristas de todas las dimensiones, nada cambiaria. Imposible encontrar lo que por ordenanza de Dios debía permanecer oculto.
Estuve vagando por todos lados. Recorrí estrellas, satélites constelaciones hasta caer en este pedazo de carne con tronco y extremidades superiores e inferiores. Mis células comenzaron a dividirse por mitosis formando el complejo sistemas de órganos y poco a poco empezaron a realizar sus funciones especificas.
Una vez mas insuflado a los pulmones del nuevo ser por el aliento divino. Comprimido, incomodo, apretado, circulando por delgados capilares. Cada pulsión de sangre hacia la periferia era una oportunidad irrepetible para mi autorrealización
La energía colmaba mi cuerpo y me regalaba ganas de adentrarme en la inestable experiencia de vivir y acertar el camino extraviado.
Acostumbrarme al tiempo era raro. No me incomodaba su presencia. Solo que, ver mi cutis llenarse de estrías, añejarse con profundas arrugas replegadas sobre si mismas como membrana de bandoneón, era extraño.
Un vientre fue facilitado para el engendramiento del reflejo de mi ser. En un plazo de nueve meses, horas contabilizadas desde el planeta tierra, ayudada por dos parteras y un joven doctor de guardia, nació Cecilia.
El ciclo distraído jugó con nuestros cuerpos, colocándonos detrás de frascos parecidos. Cristales que hacían de separador natural.
El planeta fue girando como siempre lo hizo. Los engranajes comenzaron a insertarse en los lugares que correspondían. oxidados por el oxigeno del ambiente y lubricantes baratos. Todavía servían, aunque ruidosos. Repletos de resortes, clavijas y tornillos, comenzamos a movernos inconcientemente en la implícita sincronía asignada. Sin saberlo nos transformamos, en una perfecta pieza de reloj inglés.
La mudanza de tus padres no fue un hecho azaroso. Tampoco lo fueron las tardes en las que nos juntábamos a jugar a las escondidas. En cámara lenta se fue tejiendo una fina pero resistente red de relación interpersonal que nos fue atrapando dulcemente.
Me enamore de vos con pocas razones cuerdas, pero con las suficientes grabadas en mi alma. Eras una mujer delicada, de buenos modales. Bella como las puestas de sol en las playas del caribe, repleta de virtudes y atributos físicos dignos de contemplar en silencio, sin perturbarte. Tan irresistiblemente hermosa, violenentamente tierna y cruelmente cálida. Todo acobachado en una sola persona, todo lo que faltaba para rellenarme, y sentir que no había necesidad de nada más. Solo con acostarme sobre tus regazos y tu brazo me rodee, proveías la seguridad necesaria en esos días, en los cuales, temores revolvían mi tranquilidad.
Vos tenias experiencias en el amor, en cambio yo, un ser nulo en todos los aspectos que involucraban al corazón y a su exteriorización. Todavía no tenía la suficiente madurez emocional para manejarlos correctamente.
Todo era nuevo para mí, pero a la vez tenia un calido perfume familiar. Como una realidad leída en una repasada, o un sueño repetido en varias noches de insomnio.
Parecía que te conocía mucho antes de nacer. Que tus ojos celestes habían penetrado mi pecho y reventado mi cabeza en millones de pedazos siglos pretéritos.

Eras la primera persona con la cual me atrevía estar. La única que me gustaba y atrapaba en su sigilosa paz interior. La única que podía tomarle la mano sin tener vergüenza, confiarle mis temores no importara los tontos que fueran.
Me enseñaste a dar besos cinematográficos, a ser sutil en el movimiento de mi lengua y a no derramar saliva sobre tu quijada cuando duraba mucho tiempo.
Solíamos ratiarnos del colegio para encontrarnos en el bar del frente a tomar unas cervezas, escuchar buena música mientras fumábamos cigarros suaves extra slim sin tragar el humo. Mantenerlo entre los dientes hasta no aguantar la respiración, ahogarnos y toser la espesa nicotina.
Me gustaba verte en el uniforme, esa pollera de color gris, cuadriculada y tableada hacían tu cola redonda. Las medias cancanes, piernas suaves y sensuales. Camisa blanca ajustada con los primeros botones fuera de su ojal, me declaraban la guerra diariamente.
Al finalizar el recreo nos escondíamos en el baño cerrando las puertas. Nos parábamos sobre las tapas de los inodoros, esperando pacientemente que todos los alumnos entren a clases. Una vez obtenida esa certeza, uníamos labios hasta sentir que los bellos erguían al rozar pieles adolescentes. Ardíamos por dentro, transpirábamos pasión fermentada. Mi torpeza y tosquedad mas el roce brusco de mis aparatos lastimaban tu boca. Siempre arruinaba el momento.
En el aire del barrio había un extraño olor a podrido. Las personas me miraban de una manera no habitual y susurraban escondiendo sus bastardas palabras. No era para menos, se había desparramado un rumor anómalo. Incomprensible para sus diminutas mentes. ¡no se podía esperar más, de un lugar donde las casas eran prácticamente iguales!. Tanto era así, que algunos adornaban con masetas de adobe multicolores, adquiridas en las ferias de carpa que nos visitaban una vez al año en fiestas patronales. Colocaban en ellas, plantas regionales o flores vistosas para distinguirse del resto.
El chisme se agolpó en el paladar del vecino malintencionado. No pudo contenerse y vomitó en los oídos de papá acerca de mi supuesto romance inmoral. Al principio no lo creyó. Un par de personas se intrometieron en el conflicto para sujetarlo y evitar la inminente pelea. Papá se sintió profundamente ofendido, exigiendo disculpas.
Era imposible que su única hija de 14 años anduviera en tranzas con alguien. Mucho mas escandaloso era pensar, que no se trataba de un galán mayor, un compañero de colegio, algún chico del ciber de la esquina o del chat. Sino que, podía ser Cecilia, su mejor amiga.
El primer mecanismo de defensa utilizado para mantener su integridad psíquica fue la negación, ensimismándose en lo deseado y no en lo real. Luego la proyección, culpando y responsabilizando a mamá de mi supuesta aventura amorosa.
Pasaron semanas y las cosas se fueron tranquilizando paulatinamente. No escuché reproches, tampoco preguntaron acerca de mi relación. Aunque se notaba una pequeña neurosis volando en el ambiente.
Esa siesta de julio invernal abrió el antes y después en nuestra relación. Debíamos haber estado en clases de educación física jugando hockey, pero aprovechamos que mis padres trabajaban horario corrido administrando campos en la ascienda de un agricultor acaudalado, para ir a casa y conseguir un puñado de paz. Con mucha precisión le quité el seguro a la ventana y entramos a mi habitación. Verte parada cerca, hacía sentirme la mujer más feliz del mundo. Te amaba más que a mi vida misma.
Las hormonas secretadas por el sistema endocrino nos quemaban las manos, la cabeza y todos los sentidos, salpicando la tela de la cordura. La locura tomó control de nuestra razón, sumergiéndonos en indomable excesos. Comenzamos por acariciarnos los muslos, rozamos cuellos con suaves gemidos. Éramos dos mujeres explotando amor acumulado desde reencarnaciones anteriores. Desabroché tu blusa, dócilmente la retiré, haciéndola patinar de tus hombros. Que sabroso era tu cuerpo cuando se despojaba de paños innecesarios. Mientras tanto me arañabas la espalda y mordías mi oreja izquierda susurrando lo mucho que me amabas, prometiéndome que nada ni nadie nos separaría, que íbamos a estar juntas por siempre y para siempre. No importase las piedras arrojadas ni las personas que se opusieran a nuestra historia.
En el momento que estaba subiendo tu pollera, papá irrumpió en la habitación. Nos vio recostadas enredadas de lujuria. Yo delirando de placer y vos, derritiéndote sobre mí.
Perdió el control de sí mismo. Se enfureció de una manera que jamás había visto, lo desconocí por completo. Ya no era ese dulce hombre que leía cuentos por las noches para hacerme dormir, ni el que me llevaba a pescar y me traía a toro cuto cuando mis pies estaban hinchados de tanto caminar y saltar alambrados. Bastaron unos segundos para que se convirtiera en el asesino psicópata de mis sueños rosados y en una persona detestable.
Ese día recibí la paliza mas brutal de todas. En cada latigazo reafirmaba mi amor por cecilia. Se enfurecía aún más al no oírme negar lo que sus ojos habían corroborado minutos antes. -¡¿Por qué es tan difícil entender que la amo?! ¡basta de pegarme!- No pude mantenerme en equilibrio y mi vista comenzó a nublarse. Lo ultimo que recordé fue su cara enajenada y una frase que hasta el día de hoy perfora mis tímpanos _¡yo te voy a enseñar lo que es amor!_
Dos días después, desperté en el hospital con vendas y sueros adosados a mi antebrazo. Mi cuerpo se mancho de injustos moretones. La hebilla de su cinto abrió tristeza en mi piel, dejando marcas imborrables.
Me prohibieron verte _¿porque? ¿no se daban cuenta del daño que me hacían?_ Estar lejos de vos era fastidioso y deprimente.
Permanecí escondida en casa, vigilada las 24 hs, mientras papá arreglaba mi exilio. Pidió un préstamo en el banco y se endeudo hasta los codos para llevarme al exterior. De esa manera, cubría con lodo de estanque, la deficiente moralidad familiar de tener una hija lesbiana.
Me trasladó a un internado a cargo de las hermanas de la Merced en un alejado e ignoto pueblo de España. Mi tío se hizo cargo de mi custodia legal, convirtiéndose en el cómplice de mis desgracias y rencores multiplicados exponencialmente por cada instante, momento, día, mes, lejos de Cecilia.
El desafuero hilvanaba retazos de miseria sobre mi viejo corazón roto, quejoso y resquebrajado. Nunca mas supe de tu vida, la tierra se convirtió en un gigantesco pantano. Me dio un bocado, saboreando suavemente mi desilusión. Tomé licencia de mi propia existencia. Puse una vacante para quien se anime a ordenar este cabaret interior.
Odié a mis padres. Mamá, mujer sumisa a la tiranía de su esposo, no se opuso a mi extradición. Papá no entendió que al amor se lo siente con igual intensidad no importando el sexo. El cuerpo solo, un coadyuvante para manifestarlo. Sus esquemas mentales jamás sucumbieron. Quizás era difícil aceptar sin comprender y querer sin juzgar. Doble esfuerzo que no estaba dispuesto a realizar.
Por dentro estaba podrida, no había órganos internos. Los pocos restantes entraron en un cuadro de descomposición. Gusanos del pasado comenzaron por el corazón, continuaron con el hígado, páncreas y las vísceras restantes. Aunque por fuera mi piel simulaba encontrarse en perfectas condiciones, cada palabra emanada, salía un aroma fétido repugnante.
Perdí interés por el alrededor. Los acontecimientos importantes se convirtieron en mañanas, tardes y noches carentes de sentido. Poco a poco la pelea por subsistir en esta selva llena de roñosos monos fue bajando sus brazos. Buscaba motivos concretos para no desaparecer de éste círculo necio que infectaba mi alma.
Sentía estar fuera del tiempo y espacio. De bajar cuando todos suben y de llorar en el momento de los espinosos aplausos teatrales. Todo lo que quería, añoraba y amaba se lo había patinado el pasado en sus sádicas apuestas hacia el futuro en ruletas fraguadas de casinos corruptos.
Mis días se perdieron dentro de una vieja iglesia en un pueblo de Italia. Me entregué completamente al servicio de Dios y los hermanos que necesitaron apoyo espiritual.
No hubo instante que no le pregunte al supremo porqué todo giró hacia la cerrazón de la sequía y escasez. Recuerdos perturbaban el alba, desaparecían e inquietos reaparecían, siempre con la desequilibrada ilusión de cruzarla en cualquier esquina. Las bolillas del rosario lastimaban mis callosas manos, cada oración era una daga que rasgaba sueños aniquilados.
Recortaba mis venas con una navaja. Suicidarse era un pecado mortal. Único motivo que ponía frenos a mi fin. A pesar de los años nunca jamás desapareciste de mi corazón.
Merodeaba antes del alba y la lucidez se hacia evidente en la mañana. _¿Donde estás?_
_ ¿qué estarás haciendo en esta confusa madrugada?_
Solía aproximarme al balcón y observar la maravillosa creación del Señor. El mundo se hacia chico en esta aldea, pero a la vez inmenso sin tu compañía.
Viví 70 años de penumbras sin la luz conocida en mi adolescencia. Mi muerte llegó lenta y progresivamente por un cáncer que tomó mi garganta padeciendo infiernos antes de partir.
No hay final que no atemorice, ni duelo que no haga llorar entre bambalinas como un ser indefenso. Hasta el mas valiente se hace pis en los momentos de transición en los que las cosas que importaban devalúan empobreciendo los bolsillos del alma. Ya indigente de certezas y seguridades inexistentes, salvo la muerte misma. Algunos se apoyan en sus conocimientos racionales, metódicos sistemáticos pero falibles. Otros se aferran a un ideal válido en la época por la que transitan. Muchos más, intentan no pensarlo y se esconden detrás de un intelecto voluble a los intereses del marketing, vaciando su conciencia de pensamientos, viviendo felices por el resto de sus miserables vidas. Mas cobarde era mi postura, apreté la sotana entre
mis piernas con ayuda de la frustración de mis recuerdos. Me encapsule en una religión, la cual, me dictaminaba en que creer, cuando rezar, que agradecer, lo bueno y lo malo. Que acciones debía realizar en éste fucking planeta tierra para ganarme un lugar en un supuesto cielo. Ese que muchos otros, disienten y lo ven desde el punto de vista que mas les conviene o manipulados por la rutinaria tradición de sus ancestros, realizan mecánicamente cultos adecuados en algún tiempo pasado, olvidando su significado real. De esta manera desaparecían las preocupaciones acerca mi futuro. Había encontrado la salvación para mi espíritu.
Agonicé en los aposentos de un templo alejado de la civilización, de mis familiares y de tu placida compañía-¿Te encontraré arriba? O ¿será como en todas las vidas?



Fragmento extraído de
“eutanasia a ciclos de amor”
Novela todavía en realización
Autor: Luis Guillermo Omar

domingo, 15 de junio de 2008

Ciclos: La bella y el animal


Recuerdo otra vida anterior, en la cual vivía en Kenia. Era una cebra con el pelaje brillante, de contextura robusta y crines tan largos que el viento hacia piruetas en contacto inmediato.
Como jefe de la manada debía mostrarme rudo y fuerte. Cuando se trataba de luchar por la seguridad de los míos ponía en riesgo mi propia salvaguardia para que los más pequeños puedan tener un futuro lleno de descendencia y aunque me estaba poniendo viejo, la selva en hibridación con la nueva generación hacían que espere mi fin de una manera placentera, sabiendo que mi hijo podría reemplazarme perfectamente.
En los primeros destellos del alborada, pude distinguir un jeep desbordado de cazadores. Alerté a las familias para que puedan refugiarse detrás de la cañada, lugar en el cual no tenían acceso fácilmente.
Respiré profundo para investirlos, sabiendo que probablemente era la última vez que disfrutaba el aire puro en las mañanas, la buena compañía de amigos incondicionales y por ultimo, el deseo de ser libre por siempre. Si la prisión pintaba mi vida detrás de barrotes oxidados, entre niños risueños de la miseria animal, moscas, trigo vencido y de vez en cuando un baño con cepillo de cerdas ásperas. Prefería cambiar penumbras de museo por muerte inmediata o desmembrante, progresiva, irreversible y terminal.
No había vida sin llanuras, tardes fosforescentes, pasto seco e infinidades de peligros en una naturaleza cruel y benevolente con la vida.
Relinché cuan fuerte me permitió la morfología equina para despedirme de los míos, escuché como un dardo tranquilizador nublaba mi fuerza de combatir y claudiqué a suerte de mi destino.
Mientras mi alma abandonaba el cuerpo de corcel, observé como me despellejaban para quitarme la piel y vendarla a una prestigiosa empresa de alta costura.
No pasó más de dos semanas del encurtido y todos los tratamientos manuales de última tecnología para dejar mi cuero en condiciones necesarias para confeccionar un saco exclusivo y accesible solo a burgueses en un gran shopping de Inglaterra.
Estuve colgado entre percheros de los mejores diseñadores del mundo. A nadie le importaba la procedencia del atuendo ni su historia de mesetas galopadas. La banalidad cegaba sus ojos cristalizados por el despiadado consumismo televisivo y avisos publicitarios florecidos de felicidad inmediata al adquirir el objeto capaz de terminar con sus miserias y vacíos existenciales. Todas promesas desvanecían al pagar el precio excesivo del producto con tarjeta de crédito en cómodas cuotas y cero intereses. Sin embargo al llevárselo a casa, era una vestimenta más entre muchas otras prendas guardadas en un placar repleto de caprichos impulsivos de personas que solo viven para acomodarse el exterior.
Su plenitud y hastío material nunca era suficiente cuando se trataba de completar abismos toráxicos carentes de sensaciones deleitables perdurables. Nunca jamás dejan de ser miserables, al menos que aprendan a compartir con los demás.
Nadie escapa a la guadaña de la soledad. A pesar de ocultarse detrás de mansiones y lujos rebalsantes, existen seres con necesidades básicas afectivas insatisfechas reclamando a gritos de auxilio un poco de amor y contención.
En unos de tus espasmos de depresión fuiste a comprar un par de zapatos negros y para combinarlos con el crudo y deprimente invierno de London adquiriste mi piel para resguardarte del frió.
No diste muchos rodeos como en otras ocasiones, en las cuales tu indecisión hizo vacilar tu inmediata elección. Fue amor a primera vista, retiraste la percha y me llevaste directamente a caja 1, rehusando probarte el tapado.
Las vendedoras se sorprendieron, teniendo en cuenta que probabas la mayoría de las prendas del local hasta estar segura de tu nueva adquisición.
Llegamos a tu casa y pediste explícitamente no ser perturbada, no importara el motivo ni la persona.
Subiste las escaleras hasta arribar a tu dormitorio, te quitaste las botas apresuradamente y revoleaste las bolsas de comercio sobre tu cama de agua, térmica de doble plaza. Prendiste el televisor poniendo un canal de música pop. Luego te dirigiste al baño, giraste la canilla de agua caliente y desparramaste un poco de solución sobre el agua tibia para formar burbujas activando el hidromasaje para acelerar su proceso.
Abriste el cajón de tu mesa de luz, revolviste todo hasta hallar un monedero, jalaste del cierre y sacaste una pequeña bolsa con un polvo blanco.
Te desvestías lentamente, mientras bailabas al ritmo del hit adolescente. Sacaste un champagne de la heladera personal y reposaste entre las burbujas que se pegaban a tu cuerpo mientras el alcohol mareaba la noche retraída.
Pusiste dos líneas en la jabonera y aspiraste violentamente, tus ojos agrandaron, tu mirada resbalaba en todos los azulejos del toilette.
La luz comenzó a tener olor a lapidación de conciencia en el tiempo y espacio. Te perdiste entre las agujas del reloj colgado sobre la pileta de mármol tallada a mano, era siniestro como los segundos te envolvían y enjabonaban, masajeando suavemente el nirvana pantanoso, irreal, mundano efecto de la cocaína pegada en tus fosas nasales y las consecuentes alucinaciones proyectadas por un sistema nervioso central que amortiguaba la penosa realidad.
Tu vida no era más que el producto de la decadencia contemporánea, donde la soledad sujetaba la libertad de los tobillos regalando libertinaje, drogas, sexo y alcohol. En fiestas nocturnas extraviabas la conciencia y con ella la ropa interior de seda patinaba en cualquier cama, con cualquier persona. El día siguiente era una continuación de rompecabezas desarmados y piezas que no encajaban unas con otras, era inútil tratar de recordar detalles de confesiones entre dos incógnitos que solo compartían trivialidades para construir una sociedad cómplice de impulsos instintivos o últimas braceadas para mantenerse a flote parasitando a espaldas del otro. De esta manera no desaparecer en acertijos existenciales ni en monólogos sombríos escondidos debajo de sabanas, almohadas, mensajes de textos que nunca llegan y teléfonos que no suenan e inexistentes.
Nadie te salvaba de ti misma cuando el apetito matutino alcanzaba el máximo de voracidad mientras reafirmaba su presencia en los intentos frustrados de homeostasis cotidiana simulando que el cuerpo yaciente a tu lado era la solución a tu desierto interior. Los parches de cauchos pegados la noche anterior improvisadamente sobre rodillas, codos. Ocultaban quemaduras. Despegaban y caían de a uno como pétalos de rosas marchitas, secas, ultrajadas en el tiempo y manoseo.
Cuando tus pestañas despegaban, la auto digestión regateaba los últimos retazos deshilachados de tu ser. Dejabúses de años anteriores dejaba un recado una vez más en el contestador de la situación habitual, recordándote que la vida continuaba a pesar de toda la mierda, aflicción construida y arraigada sobre la base del alma. Era mejor tildarse un par de horas y estar inconciente que enfrentar la cruda realidad; estabas sola, nadie te amaba, salvo la camada de adulones que tenías a tu lado. No tenías hijos. Desperdiciabas la vida en bolsas negras de residuos para que venga cualquier vagabundo y almuerce solo los restos comestibles.
En un momento de locura te levantaste violentamente del hidromasaje y sin secarte, a los resbalones, te dirigiste hacia la habitación.
Tus ojos estaban coloreados, oscuros, deshabitados de emociones y extraviados. Aun así no vacilaste, un poco desalineada pero segura en tus pasos usaste como muletilla al marco de la puerta y la pared decorada para no claudicar.
En tu encrucijada, cuadros desplomaban, lámparas caían y sillones cambiaban de posición. Todo estaba tan blando y baboso, tus brazos se hundían en lo que tocabas y arrastrabas.
Arribaste a la cama, desplazaste todas las cosas menos el saco adquirido horas anteriores, lo sacaste de la bolsa comercial y lo expandiste de forma uniforme sobre la sabana de ceda.
Tu visión se sumergió en charcos de agua y sal, tus piernas no soportaron el peso y se doblaron como dos pajas de escoba delgadas y secas. Desplomaste sin resistencia alguna sobre el atuendo.
Estabas desnuda, tu cuerpo cubierto por pequeñas lagunas de espuma blanca y transparente, rotaste como un cilindro para secarte. Acariciaste tus pechos con suaves movimientos circulares hasta excitarte. Abriste las piernas y comenzaste a masturbarte tapada con mi piel imaginando que hacías el amor con el hombre de tu vida, deleitando todos los rincones del placer descubierto en la noche abrumada, disfrazando a la esclava harapienta en cenicienta pletórica de felicidad. El príncipe se destiñó en el espejismo bizarro y desvariante creado débilmente cuando el orgasmo culminó. Tus manos temblaron. Lagrimas seguían cayendo salpicando las sabanas de seda.
No te explicabas porque te sentías tan segura y contenida cuando abrazabas el saco. Lo que buscabas en los hombres era una pizca de contención, quizás la encontrabas en mi piel. A pesar de todos los procesos industriales algo de mi estaba impregnado en esa prenda.
¿Por qué no poder bajar de las alturas y entrar en cualquier cuerpo para tener un par de brazos y apretarte lo más fuerte que pueda? Las reglas karmáticas son inviolables. Debo esperar hasta que la mándala sea girada por las manos del supremo y me de otra oportunidad.
Sos el amor de todas las reencarnaciones, lo paradójico de esta historia de vidas cíclicas, es que, lo olvidamos cada vez que reencarnamos en un cuerpo para saldar las deudas karmáticas. Nuestras mentes sufren un proceso de represión, pero su eficiencia en lo cotidiano es inevitable. Es por ello, mientras el cuerpo cambia, muere y se pudre. El olor de nuestras almas ayuda para reconocernos instantáneamente, no importa donde ni cuando.
Poco a poco tu vida se fue perdiendo en noches y fiestas. La muerte vino a buscarte en una velada, en la cual, abusaste de la droga y el alcohol. Tu corazón dejó de latir en la última convulsión.
“La soledad pintó esta vida, en la siguiente. ¿Quién sabe? ¿lograremos estar junto?”…………
Fragmento extraído de “eutanasia a ciclos de amor” Novela todavía en realización.




Fragmento extraído de
“eutanasia a ciclos de amor”
Novela todavía en realización
Autor: Luis Guillermo Omar

domingo, 8 de junio de 2008

Juan




En riendas de mi corcel blanco, fornido de cola larga y brillosas herraduras galopo sobre las infinitas praderas de alfombras verdes y aromas frutales que ascienden y descienden perdiéndose en el filo del horizonte, voy en busca de un sin fin de aventuras.
No tengo mucho dinero, solo ésta espada con su perfecto filo que me acompaña desde tiempos de pañales de telas remendadas y un par de calzados resistentes a la humedad, polvo y sol.
Mamá espera abajo preocupada por mi bien estar, no sabe que los valientes necesitamos ser libres para comer las nubes del cielo y llegar a ser guerreros con armaduras pesadas, estar al comando de inmensos ejércitos, salvar pueblos de reyes grotescos que abusan de débiles campesinos, liberar naciones y a consecuencia como homenaje, construyan un monolito con mi cara y una placa de bronce para recordarme. Mi esculpida figura adornará plazas donde palomas posen, niños trepen, jueguen a las escondidas en frente de toboganes ásperos y hamacas despintadas.
Mi corazón late rapidísimo, mis manos transpiran, todo el mundo gira al mismo tiempo alrededor de la fogata hecha un buje gigante. Felicidad emerge entre las mecidas hacia delante y atrás en el lomo robusto de mi caballo.
Mi atención se desvía hacia una hermosa damisela de cabellos dorados y enterito blanco montada en un caballito de mar con escamas amarillas refusilantes.
¡Arre, arre tormenta! Alcancemos a la dueña de mi corazón. Nunca escaparás de este héroe perdidamente enamorado, serás mía por siempre y para siempre.
¡No puedo alcanzarte!
Es imposible que sea más rápida que mi caballo.
No te vayas sin mí, te necesito para formar una hermosa familia, seas la esposa que cuide mis hijos, esperes mi regreso con mucho entusiasmo y una gran milanesa a la napolitana con papas fritas gratinadas.
Ya casi no te veo, dimos una vuelta y te ocultaste de mis ojos redondos.
¿Donde te podrás haber escondido?...
Humm, me parece que estás escondida al lado del lustroso elefante verde o adelante del gusano con gafas marrones o quizás bajo las alas de la alegre mariposa gigante.
Ahí estás, ya te veo ¡vamos, solo un poco más!
No te canses caballito, luego te doy de comer toda la alfalfa que quieras y un refrescante baño con mi mejor shampoo y hasta con crema de enjuague.
La mariposa, el gusano y el elefante ya no me son simpáticos, pero los valientes no lloran, se ríen de los monstruos malignos.
¿Dónde estás reina?, levanto hasta las piedras para encontrarte, reviso detrás de los arbustos, detrás del encandilante sol de verano en horas de merienda y entre los plebeyos babosos que gatean a mi alrededor, ensuciando sus rodillas y royendo sus pantalones.
¿Abandonaste mis sueños? O ¿encontraste al rey de tus fantasías?
El caballo se empacó, lo espueleo y no galopa, todas las falsas promesas no dieron resultado.
El sable esta perdiendo fuerzas hasta convertirse en un simple cartón mal cortado.
¿Ahora que hago?, estoy a merced del enemigo. La angustia acaricia mi alma con una suave brisa de melancolía.
¿y si a la vuelta no la encuentro?, si se fue a comprar pochoclos, globos o un pancho, como papá hace dos años y todavía espero su regreso. En reemplazo, hay otro hombre que en las noches llega tambaleando ayudado por amigos de traje azul con pistolas envainadas en la cintura. De vez en cuando, grita, regaña y golpea a mamá porque se porta mal.
Se que llueve porque el cielo esta triste, el verano llega porque la gente se cansa del frío y amanece porque la luna se va a dormir y turna con el sol para hacernos compañía y para que mamá pueda ir a trabajar y yo al jardín. La maestra siempre me regaña, soy un revoltoso y peleo con los demás chicos porque dicen que soy un esqueleto diabólico que despertó de la muerte para matarlos. Quizás algo de razón tienen, aunque mi panza está siempre hinchada, haciendo ruidos y con mucha hambre.
¿Que haré sin ella?, soy tan chiquito y estoy tan desprotegido que el planeta se me hace inmenso.
El payaso de pantalón a lunares rojos en contraste verde roba la atención de todas las personas que caminan a su alrededor, no confío en su sonrisa, me es sospechosa y aunque todos se divierten entre sus bufonadas me asusta sus nariz roja y su maquillaje desprolijo.
El dueño, un gordo panzón, bajó la palanca de encendido en la décima vuelta y de a poco el enorme disco se va deteniendo.
La bella damisela de 6 años corre hacia los brazos de un hombre de traje a rayas con portafolio y brillosos zapatos negros. Detrás de él se encuentra una señora alta con un coche repleto de juguetes, se acerca contenta y le da un gran beso en la mejilla. Se ven tan felices juntos, como las familias que aparecen en las telenovelas.
Mamá espera abajo, apresuro la marcha con los ojos colmados de lágrimas a su encuentro. Pegué un salto gigantesco y me prendí de su cálido vientre.
_ ¿Qué te pasa Juan? ¿Por qué llorás?, no tengo plata para otra vuelta. Vamos rápido antes de que Antonio se enoje.


Luis Guillermo Omar