miércoles, 14 de julio de 2010

Destino trillado (Capítulo II)


Las olas del destino me trajeron nuevamente a estas orillas, estoy aturdido, salado, medio estropeado y espumoso, como todo naufrago, después que el mar hizo gárgara con su cuerpo. Soy el único que después de salir de la isla en la que estaba atrapado, vuelve a ser devorado por el océano y rebosado en la misma arena como milanesa.
_¿Sabe una cosa? Su cara de sorpresa me incomoda, no entiendo si es de sorpresa grata, desagradable o simplemente, de una sin firuletes.
Estoy seguro que se pregunta por qué estamos situados nuevamente a esta distancia, tan cerca que nuestros ropajes se acarician, tan cerca que puedo oler el perfume que desprendía su cuello la última vez que la vi ¿lo recuerda? fue esa vez que le prometí marcharme para no volver. Le juro que resistí la tentación hasta donde pude, pero fue inútil, se metió por la fuerza en mi sistema motor y me derrocó, a mí, al propietario del cuerpo flácido, y me obligó a desplazarme ante sus ojos. Lamento haber violado la promesa de abandonar el hábito insalubre de frecuentarla, pero me era urgente hacerle saber algunas cosas. Podría haber venido antes, pero cada vez que quería salir corriendo atolondradamente a contarle la sorpresa del destino, tenía que cruzar por un jardín lleno de espinas, cocodrilos, pantanos y leones. Todos estos obstáculos eran puestos por el grillo de mi conciencia ¡Qué ganas de ahorcarlo! A pesar de mis ganas de matarlo, me las aguanté, nunca haría semejante cosa, no me convertiría en un homicida de un bichito tan importante para mí, aunque alguna vez haya prometido llegar lejos por usted, eso era demasiado. El grillo estaba cumpliendo con su trabajo, ¿por ello lo iba a asesinar? Si lo hacía, iba a cometer una gran injusticia. Además, si se moría iba a perder la voz de mi conciencia, uno no puede andar caminando inconsciente por la vida, aunque existir sin culpa, podría ser algo cómodo y tímidamente placentero. Para estar aquí sin cargar con su muerte, le di una pastilla ansiolítica, esperé a que le pesaran los ojitos y se fuera a dormir, aproveché ese momento para escapar de su influencia y venir.
Los tiempos cambian, ayer no es lo mismo que hoy, ni mañana será una copia de hoy. Para no ir tan lejos, recién, es distinto a ahora, y el después, será improvisado a partir de este instante. ¿A dónde quiero llegar? A que todo cambió desde la última vez que nos vimos, nada salió como esperaba, fue como si el destino estaba esperando a que llegue ese instante para cagarse de risa de mí. Me recordó que el golpe más duro es cuando uno es empujado a una zanja profunda y no hay nadie abajo para atajar la caída, me recordó que la pared se pone más dura a medida que la ilusión va creciendo y que cuando nada coincide con lo esperado, toneladas de concreto aplastan nuestras almas, como un zapato a una cucaracha, enchastrando el piso con tripas de sueños inocentes.
Lamento ser redundante y repetitivo, intento ser cuidadoso en mis palabras para no perder detalles, no quisiera que me mal interpretara, ya tuve demasiadas confusiones estos últimos meses. Pareciera que los seres humanos continuamente nos desentendemos, aun hablando el mismo idioma. Usted es un ejemplo claro, nunca entendí porque se ofendía cuando le decía que la amaba descabelladamente y quería amortiguar mi existencia con su compañía. Quizás no venía del que esperaba que se lo dijera, y eso la frustraba. Tal vez yo le recordaba la miseria que causa esperar palabras que nunca llegan, pronunciadas por alguien para el que nunca existió, sino que dichas palabras, volaban de mis cuerdas vocales, del cargoso enamorado que hubiera dado cualquier cosa por hacerle cosquillas en su corazón.
En fin, no tiene sentido seguir raspando el fondo de la olla, y lo que sucedió entre nosotros es eso, lo que está pegado, quemado y tiene mal sabor. Es lo amargo de una supuesta cena para dos, en la que usted nunca asistió. Esperé tanto, que todo enfrió, las velas se consumieron y lo que estaba perfectamente acomodado lo sacudí por el aire. Nada podía seguir estando en su lugar después de semejante desilusión. La injusticia merecía una tirada de orejas, pero como todo gato, cayó parada y una vez más, se fue impune arrullada por los brazos de usted.
Todo lo que quise ser con usted no fue y no será nunca. Eso iba pensando mientras volvía a mi casa para buscar las maletas, era inevitable entristecer, porque sabía que era la última vez que íbamos a estar parados a unos cuantos pasos. También iba pensando en la nueva vida que me esperaba al lado del amor que no correspondí. Corrí con mis ojos empañados, pensando en lo lindo que fue haberla encontrado y lo doloroso que fue haberla perdido sin haberla poseído. Corrí hasta que mis piernas se acalambraron, empujando con mi urgencia algunos inocentes, saltando bancos de plazas y tapias de casas, para ganarle unos segundos al tiempo. Fui imprudente en las esquinas y crucé algunas calles sin mirar. A pesar de ello, tuve un ángel que me protegió desde mi primer paso hasta el último, como sí el buen destino me esperaba al lado de la mujer rechazada.
Todo sucedió a un ritmo difícil de entender, mientras algunos recuerdos hacían duelo por haber extraviado su silueta, otros estaban dispuestos a reemplazarla por nuevos momentos, otros sin embargo, rehusaban a olvidar cada detalle de usted, por insignificante e irrelevante que fueran.
Fui tan veloz que el trayecto de vuelta a casa duró un pestañeo, cerré los ojos y al abrirlos, estaba pisando el húmedo pasto de mi jardín. Mi pecho estaba agitado y mi corazón, aturdido por la torrente de emociones incompatibles. Sin duda alguna, era el final de algo verdaderamente deseado y el comienzo de una historia forzada y menos deseada. Era como acomodar su cuerpo en el cajón, colocar una flor en su mano, darle un beso de despedida en la frente, cerrar el cajón, enterrarla y mientras la lloraba desconsoladamente, invitaba a su hermana a ocupar el huequito que dejó su cuerpo del lado derecho de nuestra cama matrimonial.
Cuando puse la llave en la cerradura, sentí cosquillas en mi panza, de los nervios que tenía, exhalaba mariposas polvorientas. Cuando abrí la puerta, un golpe de silencio colisionó con mi intranquilidad. Todo estaba como lo había dejado, las valijas próximas a la puerta, la cama tendida y en el aire suspendido, aromas que recordaban el comienzo de una nueva vida.
Siguiendo un impulso de arrebato, bajé la llave de gas, de luz y de agua, desenchufé los electrodomésticos y eché el último vistazo para asegurarme que todo estaba en orden. Cuando agarré las valijas, sentí miedo de ser inmensamente feliz, sentí que todo era demasiado perfecto y que quizás era más de lo que merecía. Nuevamente cerré los ojos y como todo hombre valiente, me hice cargo de la felicidad que me esperaba. Antes de partir eché una última mirada y di un par de vueltas con la excusa de asegurarme de que todo esté en condiciones. En realidad, quería retrasar al destino.
Estuve esperando un taxi media hora, de las ansias se me caía el pelo, me comía la uñas y pateaba piedritas. Hasta que llegó el momento de que uno pasara por mi cuadra. Le hice seña para que parara, acomodé el equipaje en la parte de atrás, me senté en el asiento de acompañante, saqué de mi billetera la dirección de su casa y le se la dije al taxista. Estaba tan emocionado, que se notaba en el tono de mi voz y en el resto de las muecas de mi cuerpo.
Cuando llegamos a destino, le pagué el viaje y copiando la frase presente en la mayoría de las películas yankees, le dije, quédese con el vuelto mi buen hombre. Retiré mi equipaje, le sonreí y con la misma cara de boludo que porté todo el viaje, me arrimé hasta la cerca de la no correspondida ¡Qué sorpresa se iba a llevar al verme! La luz de la cocina estaba prendida, parecía que todavía no se había ido a dormir ¡Qué suerte la mía! Quizás le había sobrado cena y la iba a compartir conmigo. Estaba por ser una noche perfecta. Después de comer en su compañía, le iba a proponer tomarnos un baño juntos y hacer el amor hasta gastarnos con el agua de la ducha.
Dejé las valijas en el piso, toqué su puerta suave pero reiteradas veces, para hacerle saber que me era urgente estar con ella. Escuché una voz gruesa que preguntaba quién era. Le dije mi nombre y casi instantáneamente salió ella a atenderme. Primero asomó su cabecita despeinada por el espacio de la puerta entre abierta ¡nunca había visto una cara tan pálida!, parecía sorprendida con mi visita, pero de una manera distinta a la que yo esperaba. Me preguntó que estaba haciendo allí y que significaban las valijas que estaban paradas detrás de mí. Le dije que estuve pensando en su propuesta de hacerme feliz y la había reconsiderado. Desde ahora en adelante te haré la mujer menos desafortunada de todo el mundo y espero que vos me hagas el hombre más feliz de todos los que existen en la tierra. Traje las valijas para no esperar hasta mañana ¡Vengo a vivir con vos!, ¿Me das lugar para que pase?, ¿Tenés algo para comer? Tengo un hambre de linyera. No sabía que tenías hermano, ¡qué bueno compartir una noche en familia! le dije, textualmente.
Parecía como si el diablo le había robado la expresión, seguía callada y un poco retraída. Como si hubiera sufrido un shock con el exceso de información. Como si todas las emociones le vinieran de golpe y paralizaran sus cuerdas vocales. Comenzó a temblar, pasó el resto de su cuerpo por la puerta, la cerró despacio y me abrazó, tan fuerte, pero tan fuerte, como si toda la vida estuviera esperando esta oportunidad. Lloró como si la hubieran condenado a triple cadena perpetua, lloró sin consuelo alguno, lloró hasta hacerme llorar.
Agarró mi cabeza con sus dos manos, me acomodó el pelo y tomando un bocado de aire me dijo:
¿Por qué tardaste tanto para venir a buscarme? ¿Por qué esperaste tanto para que te diera este abrazo? Todas las noches dejaba la luz de la cocina prendida para que cuando vinieras no dudaras en tocarme la puerta. Me iba a dormir con la puerta de mi habitación abierta para escucharte venir. Pero al llegar el siguiente día, la misma escena se repetía, yo y mi alma, solas las dos, extrañando un cuerpo que jamás nos hizo el amor y nunca acariciamos. Como dicen todos, el que espera, desespera. Eso fue lo que me pasó, te esperé tanto, que comencé a desesperar, y a pensar que no ibas a terminar a mi lado. Fue esa maldita desesperación la que me llevó a apurar mi felicidad y a reconsiderar las proposiciones de un hombre que proponía hacerme feliz, así como yo proponía hacerte feliz. Fui débil, impaciente, y ahora estoy pagando mi apuro de ser feliz. La persona que está esperándome adentro no es mi hermano, es la persona que juró tenerme como una reina. Un día puede cambiar el rumbo de varias vidas, y ese día fue ayer. Lamento decirte esto, hasta ayer te necesitaba urgentemente, hoy, alguien necesita de mí, y tal vez, dentro de poco aprenda a necesitar de él.
Le quise ganar al tiempo y te perdí. Me duele decirte no, pero llegaste tarde. Nunca imaginé que iba a pasar algo así. Dijo textualmente. Me abrazó violentamente. No me dio tiempo a contra argumentar, me dio un beso ruidoso en la mejilla y me cerró la puerta en la cara.
En ese momento me acordé de usted, ¡Claro que sí!, pero no para bien. Déjeme hacerle una pregunta, ¿Qué se siente haber derrumbado mi felicidad? Ahora no soy suyo y de nadie. Usted no es una dulce princesa, para nada, usted es una maldita enferma que necesita de alguien que le recuerde lo especial y lo fabulosa que es. No tiene escrúpulos, no tiene remordimiento alguno de la maldición que su belleza provocó en mi vida. ¿Me hace un favor? Escúcheme atentamente ¡Cómo no se va un poquito a la mierda! ¡No quiero ver su bello rostro asomándose por mi existencia hasta que me muera!
Era algo que tenía que decírselo. Escuché por ahí que no debemos guardarnos semejantes cosas dentro, porque nos enferma. No me siento mejor, pero, por lo menos le expreso mi ira y la hago pasar, una vez, sólo una vez, un mal rato.
De un momento a otro, pasé de amarla descabelladamente a odiarla desmesuradamente. Me arruinó la cabeza y me secó el alma. Por su culpa me quedé sin el pan, sin la torta, sin bizcochitos ¡Me quedé sin alguien que me amara!
¡¿Qué me va a decir?! ¡¿Ah?! ¡¿Ah?! ¡Jamás dijo algo importante! ¡Me cansé de usted!_ le dije colmado de ira.
Sus ojos rebalsaron de lágrimas. Parecía tener algo para decirme, después de tanto tiempo iba a decir algo, pero no tenía ganas de escucharla. En medio de ese chaparrón, di media vuelta y me retiré del lugar, sin darle derecho a réplica, sin dejar que se defendiera. Estaba tan enfurecido, pero tan enfurecido, que no me importaba lo que iba a decir.