domingo, 1 de noviembre de 2015

Estornudos eternos



Los días eran preciosos cuando ignoraban que existían.  Se tomaban las manos en el bar más horrendo del barrio. El mundo nunca paraba ni un solo segundo, pero era la experiencia más sobrenatural nunca antes vivida. Primero resucitaban y luego morían, muertos, volvían a morir, reencarnaban y volvían a morir.

Se abrían las dos piernas hasta las entrañas, se apuñalaban con los ojos, acariciaban las heridas que se hacían mientras brindaban por la anarquía del amor y la infinita juventud.

Los días más soleados eran cuando se levantaban, se daban la espalda y comenzaban a caminar en sentido contrario recogiendo los pedazos mutilados.

Encontraban en la dialéctica la historia de sus vidas. Antes de despedirse para siempre, se encarnaban para siempre unas cuantas veces más, para despedirse para siempre definitivamente.
 Duraron menos que un estornudo, pero se hicieron tanto daño que no les alcanzó la vida para olvidar lo rico que se sentía andar con el corazón esguinzado.