martes, 13 de diciembre de 2011

Comunicación


- Te kiero.

Estrujó la timidez como a una esponja. Salió, como perro cuando le abren la puerta para dar una meadita en el jardín del vecino; salió ciego a encontrarse con los oídos y con la exagerada fantasía de recibir una señal.

- ¿Qué?

Claro. Tal vez la comunicación se estropeó por algún ruidito inoportuno.
Pensó nuevamente y, con la primera empujadita de la hamaca se animó a saltar sobre la arena mojada.

- Eso, lo que escuchaste. Lo que dije; eso. Dije y escuchaste. No lo voy a repetir.

Quiso asegurarse que su respuesta no era de mujer que atiende al llamado del timbre en pijamas pensando que es el sodero y resulta ser un reportero de su programa favorito transmitiendo en vivo diciéndole que se ganó una licuadora. Así de desprevenida.

- No entendí.

Respondió.
Más clara y seca no podía ser su respuesta.
Él pensó que era mucho para asimilar. Volvió a repetir lo antes dicho. Pero esta vez buscó decirlo con un tono menos espontaneo. Lustró sus cuerdas vocales, las afinó con las notas del viento y procedió, de una manera muy tierna. Puso brillantina en sus ojos. Los tenía brillosos, quizás, un poco más que los ojitos enternecedores del gato con botas.
No había violines, ni canciones que acompañen esta declaración, pero se las arregló con un par de ollas y un tono que derretiría cualquier corazón de helado cereza.

- Te kiero.

No falló en nada: entonación, afinación y gesticulación perfecta. Su aparato fonador reprodujo exactamente lo que sentía y pensaba, resumiéndolo en esas dos palabras.
Pero no tuvo en cuenta algo.  Las trampas de la comunicación, las divisiones marxista y la estupidez ajena.

- No entiendo lo que dices.

Para la comunicación de semejante sentimiento no solo hacía falta decirlo correctamente, sino, que la otra persona entienda lo que quería decir.
Tanta perplejidad despertó esta respuesta que en la impulsividad de su arrebatada necesidad de hacerse entender llevó a que se le escapara la siguiente especulación en forma de pregunta.

- ¿Estás sorda?

Pregunta que iba a confrontarlo con las dificultades del lenguaje.
Así pues, ella aclaró su duda.

- No estoy sorda. Tú eres el que no sabe expresarse bien. ¿Cómo vas a decir, te kiero?

Ahora estaba menos claro de lo que creía. Confuso, perplejo, anonadado quedó.
No veía error alguno en su formulación.

-  ¿Ah; no puedo? Es lo ke siento y porke lo siento, te lo digo.

Más directo que tren de San Miguel a Tafí; más preciso que Marley con su programa de “Minuto para Ganar”, más emotivo que…

- ¡Es que no se dice así!

Ella no me dejó terminar de describir la situación.

- ¿Ah, no? ¿Cómo se dice?

Aquí comienza el conflicto de la pronunciación correcta o del acento.
Ella tomó el papel de profesora y le explicó de la manera más didáctica, y con toda la paciencia que podía albergar una muchacha que necesitaba entender con precisión qué le querían decir.
Por ello aclaró.

- Así: te quiero. Tienes que colocar la mitad posterior de la punta en el paladar, haciendo un poco de presión y exhalando.

Mejor profesara no podía haber encontrado.
No solo hacía latir su corazón al ritmo mermelada sincronizando la aparente armonía que causaba mirarla: haciendo algo, haciendo nada; bostezando, rascándose, tirándose un pedo.  Sino que era culta. Era más de lo que imaginaba.
Era chocante, pero a él le gustaba ¡pero bué! La tolondra del amor lo sacudió y lo dio vuelta como media. Ahora rendía más tributo que antes a la mujer que le iba a enseñar a expresar bien las cosas.

 - ¿No puedo decirlo como me salga?

¡Ingenua pregunta!

- No.

Seca, cortante, como navaja de afetitar.

- ¿Por ké?

Él no entendía nada.
Ella paciente.

- Porque nadie va a comprenderlo.

Respuesta lógica. Ella era alguien que sabía decir las cosas.

- Es ke es mi manera de expresar lo ke siento por vos.

Seguía insistiendo con lo mismo; al parecer, no llegaba a comprenderlo del todo.

- Está mal, la gente no kiere a los demás, así no se debe kerer. La gente quiere. ¡Así sí! Así se debe sentir. Así se debe querer. Debes decirlo bien.

- Entonces, ¿no me entendés?

Una pregunta más para despejar completamente la duda.

- No.

Otra vez la misma respuesta.

- ¿Qué tengo que hacer para que me entiendás?

Excelente pregunta para comenzar a aprender a decirlo como se debe.

- Tienes que sentirlo como lo siente todo el mundo.

Oficialmente comenzó la enseñanza.

- ¿Y cómo lo siente?

El alumno estaba interesado en aprender.

- Con cu se Quiere. No se entiende con ca. Es cualquier cosa si lo dices de esa manera.  Tienes que decirlo correctamente. Inténtalo, tu puedes.

Se arremangó las mangas del delantal y se puso en el lugar de la maestra que enseña la fonación correcta de los sentimientos.

-Repite conmigo. Te
-  Te…
- ¡Bien! Ahora te falta la segunda palabra. ¿Listo?

Ella lo incentivaba, aunque muy lejos de su interior, no creía realmente que iba a poder encaminar a esta oveja que se había perdido en el monte y había olvidado ser oveja.

- Sí. Estoy listo para expresarlo correctamente.

Ánimos era lo que le sobraban. Quería decirle lo que sentía de una manera que ella entendiera.

- Repite entonces: te qui-e-ro.
- Te kiero.

Un tropezón no es caída. La caída no es definitiva cuando se tiene la fuerza para volver a la bipedestación y seguir intentándolo.

- ¡No! Tienes que separarlo en sílabas. Así te resultará más sencillo.

Ella lo seguía animando.
-Nuevamente, repite: te qui - e – ro.

Le dio la fórmula del paso a paso y él, la siguió ciegamente.

-Te kqi – e – ro.
-¡Casi! Te falta poco. Inténtalo nuevamente.
-Te qui – e – ro.

¡Finalmente! Él, lo había logrado. Su logro máximo: decirlo como ella quería que lo diga, sentirlo como ella quería que lo sintiera. Puso lo mejor de él para fascinarla, para entrar en su mundo y hablar el mismo lenguaje.

-¡Bien! Eres lo máximo. Ahora serás entendido.
Hablaba perfectamente. Lo decía de una manera que podía ser comprendido. Sin fisuras. Elegante; como ella y como todo lo que traía puesto: desde su ropa prolija hasta la perfección del delineado de sus ojos y las uñas color…

- ¿Y vos?

¡Ahora sí! Se va a animar a preguntárselo en su lengua.

- ¿Yo qué?
- Eso…
- ¿Eso qué? Dime.
- ¿Vos me que – rés?
- No. No te quiero.

¿Y cómo se sintió él?
Como un infeliz….
Me voy. No quiero relatar más esta histérica desaventura.
Con gente así no se puede….