jueves, 18 de febrero de 2010

Cristal







Árboles desnudos con ramas altas y delgadas cortan el viento húmedo y frío. Bufandas oscuras, meriendas de café con leche, churros con dulce de leche, películas en compañía de amigos y mates con bollo casero. Algunas de las actividades cuando el clima es una piedra en el zapato del ánimo colectivo.

El cielo estaba saturado de gomosas esponjas grises. El sol se acurrucaba en el vértice del horizonte envuelto de frazadas celestiales. No quería trabajar. Esperaba que la luna tome su lugar para ir a descansar a sus mullidos aposentos. Las estrellas coquetas y presumidas, lustraban sus cuerpos y vestían los colores que siempre usaban. Esperaban ser buscadas por la noche para ir al mismo karaoke pub y afinar con la luz de la luna llena.

Mientras todo ello sucedía sobre nuestras cabezas, caminábamos de la mano por la peatonal de Tucumán asustando palomas, pisando crocantes hojas amarillas. Desplomadas por la llegada del otoño. Volaban desordenadas, se desparramaban en el aire y empapelaban la peatonal color madera.

_ ¡Cuando atrape una paloma te la voy a regalar! Le dije agitado y pretendiendo tener todo bajo control.

_ ¿Qué voy a hacer con una paloma en mi casa? ¿Vos te vas a encargar de ella? Además, es un animal que nació en libertad. No resistiría estar enjaulada.

Cuando estaba explicándome todas las razones del porque no podía tener una paloma, me escabullí y me escondí detrás de Ambar. Agarré un puñado de pochoclos y los revoleé por nuestras cabezas. Mi plan dio resultado. Se amontonaron a comer, picoteaban y saltaban sobre ellas mismas para obtener parte del botín. Esta era mi oportunidad. Era ahora o nunca. Apreté los dientes, cerré los ojos y me abalancé sobre ellas. Cuando abrí los ojos, vi a todos que se cubrían la cara y decían malas palabras. Alborotos de plumas grises, blancas y negras levitaban por todos lados. Parecía que una almohada había sido brutalmente asesinada. Quedamos todos emplumados. Como pollos gigantes.

Miré tu cara y eché a reír escandalosamente.

_ ¡¿Que te pasa?! ¿Porque te reís así? Me dijiste.

_ Tenés una pluma en la nariz. ¿Querés que te la quite?_ Dije, señalando tu cara con una mano y con la otra tapando mi boca para no gritar de la risa.

Cruzaste las pupilas para ubicarla.

_ ¿Dónde la tengo? ¡No la veo!_ dijiste fastidiada.

_ No te voy a decir. ¡Primero me vas a tener que atrapar!_ corrí lo más rápido que puede. Como una gacela por las praderas, pero tus piernas eran más largas que las mías. Hiciste dos trancos y me agarraste del brazo.

_ ¡Vos no te vas a ningún lado! ¡Sacáme la pluma!

_ Está en la punta de tu nariz…dije lo más seria que pude. Inflando mis cachetes para contenerme y no hacerte enojar.

Se agacho un poquito y me dijo; _ ¿La podes sacar?

Soplé fuerte y la pluma salió girando hasta engancharse en las trenzas de mis zapatillas.

_ Ya no la tenés. ¿Contenta?

Tu nombre era Ambar. De cariño te decía “Pepona”. Más tarde pasaste a ser “Pepus”, porque tenías la cara redonda. Como un delicioso alfajor de chocolate y dulce de leche que me invitaba a saborearlo. Eras una galleta con cuerpo.

El globo en forma de chupete que me regalaste es hermoso. Lo llevo amarrado a mi antebrazo, moviéndolo lado a lado, de arriba hacia abajo. Estoy contenta de haber salido de paseo contigo. Tu palma hace transpirar mis dedos. Tus palabras temblar mi alma. Eres la causa de todas las cosas que me pasan. Mis tristezas, golpes y raspones. Responsable de la felicidad que empaña mis anteojos cuando dices “te amo”.

Corres risueña, esquivas personas y te escondes detrás de las columnas, floristerías o de los puestos de panchuques. Voy detrás de ti apurando mis pasos, sin perder equilibrio. El muido ropaje incomoda mis movimientos. Parezco un torpe oso polar en busca de una foca para comerla. Eres la pieza que completaba el rompecabezas de mi felicidad.

Quisiera que todo se ponga en pausa. Se detenga el tiempo y seamos felices en el mismo momento, sin envejecer, sin que la noche tropiece en nuestra relación. Aquí, ahora y para siempre hoy. Millones años luz juntas. Siameses juntando situaciones divertidas, en las que no hay ganadores ni perdedores y no van a ningún lado. Sólo nosotras, dentro una irrompible burbuja de detergente, volando hacia donde el viento nos tire. Voy dentro de ti y vos dentro de mí. Cómodos de estar apretados en el humilde pero acogedor mono ambiente interior.

Me preguntas porque sonrío, pero prefiero no decirte nada y guardar el secreto al costado de mis muelas. Si el humor tuviese piernas, saltaría de alegría; si tuviese boca cantaría canciones de cunas y si tuviese alas, volaría de la luna hacia las estrellas guiado por el olor de tu piel.

Mi amor está creciendo grande y fuerte. Se alimenta de baños de agua caliente, esponjas en la espalda, barquitos flotando en mares jabonosos; patitos amarillos de picos naranjas y ojitos saltones. Desea que nos bañemos juntas. Te quiere tener cerca siempre. Una eternidad es un estornudo durmiendo en tus brazos. Mi vida sin tu presencia es un teorema imposible de entender.

Tus estados de ánimos son manos que juegan en lo cotidiano, forman figuras e ideas en mi inconsciente de plastilina. Sin saberlo, todos los días colocas un ladrillito para construirme.

Soy un satélite siguiendo la orbita de tus movimientos. Aunque me resista, la atracción es inevitable. Necesito acercarme cuando sienta que la distancia estira nuestra ubicación. Los días se sienten un glaciar cuando estás distante y sin ánimos de acariciarme el pelo o sostenerme la mano. Me duele hasta la sombra si estás lejos.

Entiendo que la vida no fue muy gentil con las dos. Que el amor de tu vida desapareció de un día a otro, la tierra tragó tu oportunidad de ser feliz. También entiendo que llegué en un momento complicado, justo cuando te separaste. Pero, ¿Qué culpa tengo de haber caído en tus días? el destino me obligó a aterrizar forzosamente en tus entrañas. Fui un producto de la carcajada de la redundancia.

Aunque las condiciones no me favorecían, las acepté y traté de dar mi mejor esfuerzo para ser un parche en tu cabeza y no notaras su ausencia. Aunque comprendo tu tristeza, es inevitable que me angustie cuando te veo decaída.

Con respecto a mí. Me enamoré de un tipo que nunca le importó si estaba enferma, con frio, viva o inexistente. Una basura que no merece ser nombrada. Di un poco más de todo y me abandonó.

El dolor nos colocó un anillo de compromiso y nos unió en el santo matrimonio de la díada animal. Dos almas soldadas a primera vista. Todos los días saco fuerzas de tus retazos pegados en mi corazón para alentarte, sonreírte, comprenderte, sorprenderte, contenerte. Sé que no es fácil, pero por vos convierto lo imposible en realidad.

¿Cómo comenzó esta historia? ¿Cómo se nos adhirió la dependencia?

No recuerdo la fecha exacta. Estuve mucho tiempo intubada, muerta, en coma, estado vegetativo. Exactamente no sé lo que me pasaba, como había llegado ahí, ni cómo iba a salir. A pesar de mi prolongado desmayo, escuchaba personas hablando y sentía luces que me encandilaban.

No voy a negar que fuera un sueño placentero. Era como estar inmersa en una enorme piñata llena con agua tibia. Estuve semanas, meses o quizás años. No lo sé, todos los días eran iguales.

De vez en cuando intentaba moverme, pero sin poder despertar. Era una bella durmiente que esperaba el beso de su príncipe azul. Una vez abierto los ojos, la llevara en su carruaje tirado por caballos blancos a su palacio rodeado de jardines verdes y lagos azules.

Creo haber estado dormida lo suficiente para olvidarme la sensación de la lluvia mojándome, el olor de la tierra humedad y la caricia de un ser amado. Ya no sabía como era la noche ni el día. Había veces en las que percibía angustia y otras en las que la alegría y la ternura entibiaban el agua de mi piñata.

Necesitaba salir de este profundo sueño, saber mi identidad. Cada día que pasaba sentía que me estaba volviendo loca.

Comencé a moverme de lado a lado, tropecé con una soga en la oscuridad. Usé todas mis fuerzas para encontrar la salida. Mi intuición me decía que estaba en el camino correcto. Todo a mi alrededor se deformaba, como si alguien ejerciera presión sobre mi medio. Eso me ayudaba a avanzar. ¿Esa era la salida? Pronto lo averiguaría. Sentí un aire áspero que rozaba mi cuerpo. Una mano sostuvo mi cabeza. Comencé a gritar de felicidad. ¡Al fin! Pude despertar. ¡Hola mundo estoy aquí! La habitación estaba colmada de personas que me miraban con ojitos pasados por agua y maquillados de felicidad. Me asusté de ver tantas caras desconocidas y lloré desconsoladamente.

Los días que vinieron fueron hostiles para mi cuerpo y mi mente. Estaba en un proceso de adaptación. Todo me resultaba atractivo y novedoso. Era un mundo nuevo para mí. Todo había cambiado. Sentía la enorme necesidad de explorarlo.

Me acompañaste desde el primer momento. A fuerza de pulmón me sacaste adelante. Sin ayuda de tu familia. Nunca los conocí. Escuchaba fantásticas historias acerca de tu papá, mamá, hermanos y tios. Conocía a todos por fotos. Pero no nos presentaron. No les gustaba que estemos juntas ¡Que iban a decir los amigos! Aún así, no me dejaste ni te dejé. Aunque no les agradaba nuestro amor, no te iba a dejar por nada del mundo.

Me enseñaste con comprensión, compasión y paciencia a estar viva. No hubiera podido salir adelante si no estabas conmigo. Te desvelabas para cuidarme. El miedo nocturno desaparecía cuando me hablabas al oído y me decías “_todo va a estar bien, no hay nada de qué preocuparse. Estaré siempre contigo para cuidarte”. Me pegué a tu silueta y te besé el alma.

No importaba la hora, si escuchabas que lloraba ibas a consolarme. Te agradezco desde lo más profundo de mí ser. Te pido un favor, llenáme la cara de besos, no me sueltes de tus brazos y salváme de caer al oscuro vacío. Dejáme palpar la perfección de pechos redondos, suaves, deliciosos. Inúndame el vientre de amor. Quiero besar la suavidad de tu piel, la rugosidad de la aureola y dejar la ansiedad dormida fuera de mi alma.

¿Cómo explicar lo inexplicable? ¿Cómo medir el amor que siento? No existe en el mundo regla que alcance. Despertar contigo es tener una mañana con el sol sonriendo.

Cada vez dependía más de tu compañía. Llegué a pensar que sin vos no iba a poder vivir.

Pasaron 5 años que estamos juntos. El tiempo enfrió la relación. Estás cada vez más distante. Cuando deseo acercarme para acariciarte, me esquivas. Frustras todos mis intentos. Un día cuando salía del baño escuché a tus amigas decir que conocían varios doctores que podían resolver el problema. Cuando entré a la sala, callaron un instante y comenzaron a hablar de otra cosa. Subí a nuestra habitación y entré en pánico. ¿Por qué no me dijiste nada? ¿Habré escuchado bien? La certeza que tenía es que nuestra vida iba a cambiar para siempre. ¿Cómo pasó esto? Estaba confundido, no entendía nada. Cuando estemos a solas te lo iba a preguntar.

La noche resbaló del cielo y te esperé en la cama. Buscaba las palabras exactas para preguntarte. Ensayé mil formas de interrogarte.

_Ambar, ¿vas a venir a la cama? Te estoy esperando.

_ Ya voy. Dijo con voz desgastada.

_ ¿Te pasa algo?

_ No, estoy bien.

Escuché que su voz estaba rara. Como cuando hablamos dentro de un embudo. Me levanté para ver si estaba bien. La puerta del baño estaba cerrada. Intenté abrirla, pero ella la trabó con la mano.

_ ¡Anda a dormir Cristal! Dijo enojada. Parecía descompuesta.

_ ¿Necesitas que te ayude en algo?

_ No necesito nada. Estoy bien.

Algo no andaba bien. Nunca la había visto en ese estado.

Me hice la dormida y la esperé hasta que se metió en la cama.

_ Cristal, disculpáme por haberte tratado mal. Me diste un beso, pegaste media vuelta y dormiste.

No sé porque, pero tenía la sensación de que te estabas despidiendo. La nostalgia se colgó de mis pensamientos y se me hizo una sopa de fideos la cabeza. Nada estaba claro. Estabas muy cambiada.

Los días siguientes elaboré teorías que explicaran tu cambio repentino. Nada encajaba. Las posibles respuestas no coincidían entre ellas. No sabía que pensar.

Mientras hablabas por teléfono con la tía Rosenma, llorabas desconsoladamente. Como si algo no tuviera solución. Escuché que venías del médico. Decías dos palabras y llorabas un rato. No se te entendía nada.

Pensé lo peor. No quería ser la último en enterarme. Si algo te pasaba quién mejor para saberlo que yo. La persona que te bancaba todos los días. La que ponía las manos en el fuego por vos. Quizás era tan grave que no querías preocuparme. Estaba desesperada. No sabía cómo ayudarte.

Marqué el número de la tía Rosenma para preguntarle de que se trataba. No me dijo nada. Parecía tener un pacto de silencia con Pepus. No se le escapó ni una sola pista que med oriente. Es más, me habló con mucha tranquilidad.

Estaba más desorientad que al comienzo. Seguía enredada con un piolín de barrilete. El misterio me estaba comiendo.

Siempre pasaba lo mismo. Escuchaba una conversación de lejos, cuando me acercaba el silencio cerraba sus picos.

El ambiente estaba tenso. Se lo podía oler a varias cuadras de casa. Los vecinos me miraban con cariño. Me sonreían más de la cuenta y murmuraban a mis espaldas. De golpe, a todo el mundo se le escapaba un gesto de condolencia. Pero nadie hablaba del tema cuando estaba presente.

Estabas inaguantable, cualquier cosa que hacía te irritaba. Cuando estabas en la cama, te levantabas a cada rato para ir al baño. Parecía que no dormías bien. Tenías insomnio crónico. Aunque tratabas de esconder tu angustia, destilabas por los poros preocupación.

Salí a comprarme un paquete de galletas. De paso respiraba aire puro, porque el que teníamos en casa estaba con contaminado. Luego de dar un par de vueltas a la manzana, saludar a personas, volví a casa. Encontré a Rosenma parada en la puerta. Estaba pálida. Como si hubiera visto un fantasma. No coordinaba palabra.

_ ¿Qué pasa? ¿Por qué estás parada fuera de casa?... Le pregunte.

_ Es Ambar. Lo dijo tartamudeando.

_ ¡Que le pasó! ¡Hablá! Me contagió la cara pálida. Sentía que me desvanecía.

_ Subí al auto. Te explico en el camino.

_ ¿Dónde vamos?

_ ¡Al hospital!

Me quedé muda. No podía creer lo que estaba pasando. Repentinamente podía perder al ser que más amaba en el planeta. Su vida se escabullía de mis dedos como agua. No podía hacer nada para evitarlo.

_ Explícame que fue lo que pasó.

Rosenma estaba en un estado que no podía explicar nada. Supe que era gravísimo lo que había pasado.

El viaje duró un pestañeo. Lloramos hasta hospital. Cuando llegamos, Rosenma tomó mi mano y me llevó corriendo hasta la habitación donde estaba internada Pepus. No llegué a abrir la puerta, cuando salió acostada en una camilla. La seguí hasta donde pude y le dije.

_ No te preocupes, todo va a salir bien. No te olvides que te amo hasta el cielo ida y vuelta. Estaré siempre contigo. No voy a dejar que nada malo te pase. Me miró, sonrió y me dijo.

_ Te amo Cristal. Nunca te olvides de eso. Sos importante en mi vida.

Otra vez sentí que estaba despidiéndose. Con sus gestos me decía adiós. Con su mano acarició mis cabellos. No pude aguantar la tensión y me desmayé.

Desperté acostada en un asiento del hospital sobre el regazo de Rosenma.

_ ¿Qué paso? ¿Dónde estoy?

Estaba desorientada. Hasta que me acordé lo que pasaba.

Rosenma seguía nerviosa y pálida.

La luz roja del área de cirugía se apagó. El doctor salió del quirófano y nos sonrió.

_ Pueden pasar a ver a la paciente.

_ ¡Gracias Doctor! Le dije, dando un brinco. ¿Cómo salió todo?

_ Fue un éxito. Dijo con voz tranquilizante.

Llorando, me acerqué a su cama y la abracé con todas mis fuerzas.

_ Me asusté mucho. ¿Cómo estás?

_ Un poco dolorida pero estoy bien. Dijo un poco cansada. _ Quiero presentarte a alguien.

_ ¿Presentarme a alguien?

_ Saludá a Ana. Tu nueva hermanita.

Era una beba preciosa. La más bella de todo el mundo.

_ ¿Puedo alzarla?

_ Todavía no. Es muy delicada. Vos naciste por parto también.

Ana lloraba desconsoladamente.

_ Como llora esta criatura, así lloraba Cristal cuando nació. Dijo Rosenma con los ojos sumergidos en agua. _Mi segunda sobrina, es lo mejor que nos pudo haber regalado Dios. Se persinó agradeciendo al creador.

Trepé a la cama con ayuda de Rosenma. Me recosté al lado de mi Pepus y de Ana. Por primera vez en mi corta vida sentí que no me hacía falta nada más. Soy la personita más feliz del universo.

El amor de mi Pepus se divide en dos, pero, ella recibe el doble. Aprendí a compartir y a controlar mis celos. Cuidaré de Ana todo lo que haga falta. Será mi princesa.

Al cabo de dos meses, Pepus volvió con el amor de su vida. Su cara tenía otra iluminación y su humor era increíblemente distinto.

En un suspiro, la familia se agrandó. Los padres de Ambar me aceptaron. Ahora me visitan más seguido. Me llevan a jugar a la plaza del frente, a la calesita, al circo y a tomar un helado. Son muy buenos abuelos.

Volví a enamorarme de Gustavo, mi papá. No quiero que se vaya nunca más.

Mi princesa Ana, está grande y hermosa. Agradezco que haya nacido en una situación más distinta.