miércoles, 11 de agosto de 2010

Destino trillado (Capítulo III)



Necesitaba ponerme fuera de servicio, dedicarme a sanar y normalizar la epilepsia causada por alejarme de la mujer que tanto amaba. Necesitaba almidonar la tristeza con suavizante para tela, lustrar mis recuerdos con una buena pomada de tranquilidad, masajearlas, ponerles curitas en sus rodillas peladas y convencerlas de que seguir viviendo en mí, no significaba morirse en el olvido, sino recordar todo para escapar antes de llegar a la instancia inmanejable a la que había llegado.
Nada coincidía con la construcción de mi imaginario, yo no era el tierno enamorado que vivía para contemplar la belleza de una doncella, era un estúpido importante, que esperó a la obsesión vestida de mujer me tome por ser amado. Saqué turno para ser atendido por el doctor oportunidad, me senté en la sala de espera, fume varios puchos, mi número nunca llegó, parecía haber una larga lista de espera. En síntesis, perdí la oportunidad de ser la obsesión de alguien. La mujer de la que estaba enamorado no era una bella doncella, sino una loca que alimentaba su narcisismo con la desgracia ajena. Descubrí partes de mí que desconocía, como la descortesía, la violencia y la impulsividad. Ensucié mi boca con lamentables groserías. ¡Que se le iba a hacer!, las palabras dichas, son papelitos cargados por el viento, imposibles de juntarlos. Las palabras filosas, son tijeras que pueden esquilar lo más puro del espíritu, o apuñalar al corazón de un espíritu puro.
Maldito grillo, estaba inquieto, quejoso, me estaba cansando, ahora si me daban ganas de reventarlo a patadas. Según él, había dormido aplastando sus antenitas y con el cuello torcido. Mientras él me atormentaba y mordía mis neuronas, había un ser humano en su cabeza medio encabronado, y por fastidiarlo, tocaba el himno nacional con platillos. Detesto la conciencia de mi conciencia, pero algo peor, era la conciencia de la conciencia de mi conciencia.
Era difícil imaginar, pero haciendo esfuerzo, era sencillo. Yo estaba de mal humor, porque el grillo de mi conciencia estaba enemistado de mi culpa, a su vez, el ser humano en la cabeza del grillo, osea, la conciencia de mi conciencia, lo fastidiaba para que no deje de fastidiarme, el enano de su conciencia, osea, la conciencia de la conciencia de mi conciencia, simplemente lo hacía para divertirse.
Esto se siente cuando la acción contradice las palabras. Había jurado ante ella y mi conciencia, no regresar si su respuesta era negativa. No solo regresé para contarle lo que no le correspondía saber, además la responsabilicé de mi propia estupidez. Esta mala experiencia me dejaba dos enseñanzas importantes. Enseñanza número uno, la inconsciencia no duele durante el acto, sino un tiempo después de haberla aplicado, cuando el mate se enfría, el agua decanta, y tomarla, es algo desagradable e insípido. Enseñanza número dos, los grillos no perdonan contradicciones, promesas rotas, malos comportamientos, y pasan una factura detallada de las equivocaciones, cuyo pago se realiza debitando créditos de tranquilidad, secuestrando el sueño en cuarto menguante y subastando dolores de cabeza.
Pensé en hacer yoga, control mental, reiki, tomar infusiones de yuyos para sentirme mejor con el pasado, el presente, y estar preparado para el futuro. Nada de eso funcionó, no por ser técnicas inútiles, sino porque, fueron pensadas y no practicadas.
Ninguna peluquería iba a poder hacerme un lavado de cabeza como el que necesitaba, ninguna carpintería podría remachar una sonrisa en mi cara. No pedía mucho, no buscaba soluciones rápidas, no quería sentirme un poco mejor, solo, menos peor.
Mi casa estaba colmada de deseos pisados, los rincones me recordaban que nada había salido como esperaba y que a pesar de tener mil motivos para estar feliz, había uno empecinándose en hacerme creer que todo estaba perdido, que mi vida había terminado en su rechazo. Debía ser objetivo. No estaba dentro de un laberinto frío, oscuro, húmedo y sin salida. Tampoco, estaba corriendo afeminadamente por una pradera verde manzana, mientras llovían copos de cereales con chispas de chocolates.
Era un momento para estar a solas conmigo mismo. Mientras pensaba, pasaba la ropa de la valija al placar. En un rato iba a amanecer y todo iba a volver a comenzar, quizás yo, un poco débil, pero en pie.
¡Mi habitación era inmensa!, me sentía un duende en un mundo de gigantes. Era triste tener paredes blancas, sin manchas de fernet, cerveza, sin huellas de fiestas locas, sin siluetas desnudas apoyadas. ¡Qué triste era el color blanco cuando faltaba alguien para mancharlo!, ¡qué duro era el colchón cuando no se lo compartía! ¡Y como engordaban los chocolates comidos en soledad! No debía quejarme, esa había sido la vida que decidí para mí, la de no huir de la rutina para tener un parámetro de existencia, para no sufrir el miedo de improvisar, para dejar de pensar en lo verdaderamente importante, y desplazarlo a lo automático sin sentido. ¿Por qué tengo tanto miedo de tirarme por un precipicio?, si del piso no paso, ¿por qué me cuesta volar? Si Dios me dio alas de libertad para salir de cualquier prisión y llegar donde antoje. ¿Por qué estaba ahogándome en un charco de agua estancada?, cuando había todo un mar por navegar.
Se notaba el vacío del placar en el eco de mis pensamientos. Acomodaba las cosas de la misma manera a como estaban antes de partir hacia la casa de la no correspondida, una vez puestas en el mismo lugar, simularía que todo estaba igual a antes de conocerla.
Casi era de día, la silueta de mi sombra se extraviaba lentamente. Era hora de acobacharme en la cama, llorar torrencialmente hasta que mis ojos tengan escamas y mi alma olvide el motivo por el que lloraba. Apagué la luz de mi habitación y contemplé el amanecer acostado. En un ensueño, escuché su voz arenosa llamándome desesperadamente. Olí sus palabras y me decía, “¿estás dormido?”, “Necesito hablar con vos”. Me levanté de golpe, me senté y me dije, “no entiendo porqué no me deja en paz”. Alguien golpeó la puerta. ¿Quién podía ser a esta hora?, nadie me visitaba temprano. ¿Podría ser ella?, fui a la puerta y le dije,
_ ¡ya voy!_
Busqué el mejor pantalón, la mejor camisa y los mejores zapatos. Fui al baño, me lavé la cara, los dientes y me hice el jopo. Levanté la llave de la mesa, la coloqué en la cerradura y la giré rápidamente. Antes de verla dije,
_ ¿Se le ofrece algo? ¿Por qué volvió?_
Para mi decepción, no era ella, era el canillita encargado de repartir diarios y revistas en mi barrio, ofreciéndome un suplemento opcional del diario. Su carita de ángel y postura frágil no fueron impedimentos para mandarlo a la mierda. Le mostré un palo de escoba y le dije que se lo iba a romper en la cabeza si no desaparecía de mi vista a la cuenta de tres. Cuando cerré la puerta, me di cuenta que el suplemento había quedado en mis manos. Volvió a tocar el timbre. Antes de abrir la puerta pensé en disculparme, después de todo, me estaba desquitando con un inocente. Nuevamente tocó la puerta, antes de abrirla, la tocó de nuevo.
_Aquí tenés tu suplem… _ No me dejó terminar la frase y me rompió la boca de un beso. No era el canillita, era ella. Mi obsesión se abalanzó sobre mí, sin darme tiempo a reaccionar. No entendía lo que estaba pasando. Todavía tenía mis ojos húmedos de tanto llorar y algunos pedazos de alma en los bolsillos, y de repente, me estaba comiendo la boca desesperadamente.
¡Destino absurdo! ¡La vida era un milagro cuando su lengua jugaba con la mía y mis manos tocaban su cara! ¡La vida era un milagro sabiendo que era real!
Nos besamos hasta quedar disneicos, cuando recuperamos el aliento, nos miramos y supimos que había toneladas de cosas por decir, una superficie extensa para limar y una vida entera para compartir.
_ ¿Por qué regresó?, ¡no la entiendo!_
Le dije, disfrutando el sabor de su beso y relamiendo mis bigotes.
_ Quería sentir el sabor de tus labios. Nunca me había sentido tan amada. Nadie daría algo para estar conmigo, en cambio vos, darías hasta lo que no tenés para compartir tu casa, cama, rutina. ¿Cómo saber qué tenía?, simplemente, no lo supe.
Todas las mañanas estabas parado en el mismo lugar, a la misma hora, para recordarme que me amabas descabelladamente. Ayer imaginé mi vida sin vos y sentí vacío y soledad. Necesito saber que me necesitas inimaginablemente y me amás descabelladamente.
Cuando te perdí, te amé urgente y de inmediato. Sos muy importante en mi vida. Perdonáme si te hice daño, no era mi intención.
Cuando te fuiste por primera vez, pensé en correr detrás tuyo, pero mi orgullo, endureció mis piernas y el miedo de equivocarme me convenció que dejarte ir era lo mejor, que eras mucho para mí, e ibas a ser feliz con alguien que te ame como lo merecías. Quise convencerme que ibas a estar más abrigado en otros brazos, mientras te extrañaba exageradamente, e imaginaba como iba a ser compartir mi vida con vos. Era inútil mentirme, estaba enamorada de la mística de tu amor sincero y desinteresado. No sé cuando comencé a sentir esto por vos, pero puedo asegurarte que estalló cuando pensé que no ibas a volver. Hasta el momento no sé si te merezco, si soy lo que necesitás, pero hay algo que puedo asegurarte, puedo darte lo mejor para que sigas enamorándote de mí. No me dejes, sin vos no hay yo, y sin yo, me siento un espectro. No me dejes sin mí, no me lleves para siempre, quedáte conmigo y no te vayas nunca. No es tarde para comenzar, dejá tu dolor a un lado y proyectáte conmigo, te necesito, te necesito, no me dejes, ¡te necesito!_ Estaba aterrada. Tenía miedo a perderme, sus mejillas tiritaban nerviosas.
Nuevamente el destino me tomó por sorpresa, no sabía que responder. Demasiado interés en mí, hacía sospechar de sus intenciones.
_ ¡Decíme que estás pensando! ¡No te quedés callado, es lo peor que podés hacer, me desesperás!
_ No sé qué decirle…
_ ¡La verdad, lo que sentís, lo que querés!, ¡decíme que querés estar conmigo! ¡decíme lo que me decías!_ Dijo, antes de dejarme terminar la frase.
_ ¿Cuál es su pregunta?_ Le dije para perder tiempo, mientras pensaba la respuesta.
_ No te hagás el tonto, sabés cuál es la pregunta.
_ No la sé, por eso le estoy preguntando.
_ ¿Querés compartir tu vida conmigo?
El tiempo había finalizado, tenía que darle una respuesta. Mis manos estaban empapadas, mi frente sudorosa, mis piernas temblaban y había perdido la voz.
Me gustaba más callada, cuando imaginaba el tono de su voz. Me atrapaba su timidez y me arrullaba el misterio de su silencio. Ahora, hablaba hasta por los codos, intimidaba mi tranquilidad. Primero, desesperaba por escucharla hablar, ahora, desesperaba por escucharla callar.
_ ¿Sabe una cosa?_ Llené mis pulmones de aire, cerré mis puños y cuando iba a decirle mi respuesta, apareció un personaje inesperado en la escena. Transpiré helado, como si un fantasma soplaba mis oídos.
_ ¿Qué te pasa?, ¿A quién mirás?_ Dijo, desparramando sus manos para todos lados.
Era ella, la mujer no correspondida, estaba parada detrás de la mujer que no me correspondió. Parecía un trencito de desgracias, esperando la señal para descargarlas en el pórtico de mi casa. ¡Destino incoherente!, me das piernas para cortármelas, aliento para robármelo y amor para quitármelo.
_ ¡¿Quién es esta?!_ dijo la no correspondida agresivamente.
_ ¿Esta? ¿A quién le decís esta?, ¡esta tiene nombre!_ dijo la que no me correspondió, afilando las garras para cortarle cuello a cualquier persona que pretenda quedarse conmigo. _ ¡Decíle quién soy, dale, dale, decíle!_ Dijo, marcando territorio.
Todos los extremos son perjudiciales, tanto el exceso como el defecto. Hasta recién estuve llorando por haber sido rechazado cruelmente, y de un momento a otro, tenía a las dos amontonadas. Una, buscaba una respuesta inmediata, pretendía olvidar lo pasado e insinuaba serle de su propiedad. La otra, venía a buscar quién carajo sabe qué, pero con voz prepotente y exigiendo algo, quien sabe qué.
Así pasé de no tener nada, a tener dos locas en la puerta de mi casa. Una, exigía una respuesta inmediata, y la otra, lo iba a descubrir pronto.
La vida era un baúl lleno de sorpresas. Mi vida, un centro de salud mental lleno de locos impredecibles, irracionales e incoherentes.