sábado, 17 de abril de 2010

Disfraces



Como era costumbre amanecimos en la misma cama, desparramados en el mismo espacio físico, pegados con plasticola. Estorbándonos e incomodándonos. Para sorpresa de la rutina, había una señorita en ropa interior ofreciéndonos la espalda, abrazando la almohada y utilizando toda la sabana, un dolor de cabeza como si un machete había sido clavado entre mis cejas. Parecía que me había tomado una jarra de clavos. Tenía la garganta seca y áspera. Me levanté para ir al baño. La tapa del inodoro estaba rota y el bidé olía a vomito, las colillas de cigarrillos estaban esparcidas por todos lados y las cortinas algo quemadas. De vuelta miré su cara para ayudar a mi frágil memoria a armar el rompecabezas de diez mil piezas que la noche anterior había desarmado. Fue inútil. Nada encajaba y no recordaba nada.
Iba a ser un día de esos en el cual camino rameando los ojos, simulando buscar las llaves de la casa, para evitar el impacto del encuentro, me cruzo de vereda o paso leyendo un mensaje de texto en el momento que el conocido pasa por el frente. Lo llamo evasiva simulada, sirve cuando cocino un revuelto de pensamientos complicados en la cabeza y no deseo trasladar la turbidez del día a un conocido, prácticamente desconocido, hablándole de lo que no tengo ganas.
Mientras me lavaba los dientes lo vi de frente. Ahí estaba, parado, medio tembloroso y con un disfraz distinto. Otro se asustaría al cruzarse todas las mañanas con un alien vestido de persona. Pero yo no, era normal verlo deambulando en el baño, en los autos polarizados, en los comercios y casas con cristales grandes. Me acompañaba desde siempre ¿Cómo quejarme de alguien así? si era tan constitutivo de mí, como mis uñas y pelos. Si alguien era el culpable de que él siga allí, era yo. En fin, no era momento de reproches ni de castigarme tan duramente. Sólo se trataba de aceptarlo, o de echarlo de mi vida para siempre. La segunda opción era definitivamente la más complicada ¿Usted podría arrancarse las uñas y los pelos? Supongamos que lo haga, crecerían nuevamente, sin mencionar el intenso dolor que le provocaría. Era más sencillo aceptarlo como era, absorberlo hasta el punto de funcionarme. Dejar de verlo como ajeno y quererlo. Inclusive con sus maquillajes, vestimentas escandalosas, mascaras, personalidades fetiches, cambiantes y esquizoides. Debería entenderlo, tal vez mi paz residía en esa cuestión. Hacer las paces con él, era ver sus acciones desde otro punto de vista, otro momento, otro lugar y hasta otra evolución. Un aprendizaje mutuo que ya no debía ser expresado en plural, sino, en singular. Ósea, un auto aprendizaje.
Sabía que convivía con un alien raro. No conocía otros aliens, pero suponía que éste no era común. Como decirlo para que no se ofendiera, sin que una palabra cayera de mis cuerdas vocales, sabía lo que estaba pensando. A decir verdad a esta altura, con los disgustos que nos causábamos, no me interesaba que se molestara. En algún vértice de mi ser, ese alienígena extraño pero familiar, entendía lo que yo era, o por lo menos tenía una vaga teoría. Suponía que podía perdonar los pensamientos más bizarros y las hipótesis más descabelladas sobre su persona.
En algún ángulo de su ser creía entenderlo. No era un alien malo, sino que, tenía el extraño hábito de disfrazarse. Todos los días vestía uno distinto. De niño, adolecente, hombre maduro, viejo decrepito, budista, católico, amiguero, ermitaño, intelectual, consumista, desprendido, aferrado, aventurero, conservador, despreocupado, impaciente, libre, aferrado, volado, objetivo, burro, escritor decadente, hippie, depresivo, altruista, animal, humano, vegetal, ameba, hasta insecto. Hace 24 años que estamos juntos, pero 14 que nos desconocemos. Estos últimos meses averigüe más que todos esos años multiplicados por cien, conocí la profunda complejidad de su superficialidad.
Hice un humilde análisis de su personalidad, llegué a la conclusión que es asombrosamente incoherente. No es trapecista ni equilibrista, pero camina por la cuerda floja sin redes de protección, con la seguridad de un payaso con ojos de vidrios y pata de palo.
Como dije anteriormente, no era un mal alien, simplemente extraño e incomodo. Imagínese, si yo lo frecuentaba toda mi vida y era un desconocido, para los demás, era un enigma vestido de hombre. Así es, los demás pensaban que era una persona común y silvestre como cualquier otra. Pero yo no, era el único que sabía que era un alien disfrazado de humano.
Todos los días se colocaba una piel distinta, pero para peor de males, no pasaba una sola vez al día, sino, varias veces. Aproximadamente tres o cuatro, es como si tuviera un armario con colecciones de cabezas, pelucas, manos, tórax y pies. Cuando me acostumbraba a una imagen, se la cambiaba por otra. ¿Cómo se sentiría usted si amanece con un alien extraño que le es familiar? Había veces que lo miraba pero no lo veía. Lo oía, pero no lo escuchaba. Lo sentía pero no podía tocarlo. Era un fantasma intangible.
Cuando pensaba que ya conocía todos sus disfraces, aparecía con uno diferente.
Su ropaje lo hacía ver como otro, pero le aseguro que era el mismo, a pesar de su esfuerzo por esconderse. Sus gigantescas ojeras purpuras eran evidentes para mí. Parecía solitario.
Decidí romper el silencio de todas las mañanas y le dije. “Buen día señor”. Para no ser descortés y no perder la farsante costumbre amable, emití una mirada de resaca soñolienta y lagañosa. Quizás siguiendo ese procedimiento, el día iba a ser distinto. Como cuando se desayuna bien antes de comenzar un largo día. Le salpiqué una sonrisa arcoíris e hice una leve reverencia. Recibí el mismo gesto de su parte. Entonces por inercia le pregunté ¿Cómo anda su vida? no es que me interese mucho, sino que, deseaba continuar con el protocolo. No me respondió. Supuse que el alien se puso el disfraz de pequeño gruñón. Cuando preguntaba cómo anda su vida se incomodaba. La respuesta era evidente para mi “un poco desordenada”
Además de ser un Alien disfrazado de persona, también era crítico. Siempre tenía algo que decir acerca de mi manera de actuar. Que sínica y chocante era su posición. Se sentaba en la silla de juez a juzgar mis acciones ¡Que desfachatez la suya! opinar de la manera que lo hacía, siendo que actuaba de la misma manera que yo ¿Te acordás de anoche? Era obvio que no. ¿Quién es la mujer que está acostada en nuestra cama? Estabas tan desorientado como yo.
Tenía ganas de dejarlo. Ello incluía también, todo el desorden que lo acompañaba, sus cabezas postizas, sus brazos y piernas intercambiables. No quería ver una cabeza distinta nunca más. Deseaba mirarlo al espejo y ver al mismo de ayer y estar seguro que sería el mismo de mañana. Reconocerlo a primera aunque esté despeinado.
Quiero creer que alguna vez le pasó a alguien lo que me está pasando. Amanecer con un extraño en el mismo cuerpo, lavarse los dientes, mirarse al espejo y decir. “Buen día señor” ¿Cómo está su vida? Pero preguntar superficialmente para obtener una respuesta de similar característica.
Un alien convivía conmigo. Ese alien era yo. Ya estoy casi acostumbrado a desconocer mi propio reflejo y a que ni la sombra coincida con la contraluz de mi cuerpo. Hace 14 años que no me reconozco.
Nunca le pasó mirarse sin verse. Oírse sin escucharse, tocarse sin sentirse. A mí me pasa frecuentemente, todas las mañanas, los trescientos sesenta y cinco días del año. Y Por si no fuera suficiente, convivo con un Alien que le gusta disfrazarse.