miércoles, 25 de junio de 2014

Al infinito con mi guiso

Mientras las gotitas se hamacaban en la noche de invierno, el cielo se acunaba con las nubes de mantitas. Mientras luces de edificios prendían y apagaban, los gatos se enredaban con la oscuridad, saltando los tejados, apoyando sus almohaditas en las asperezas de los techos.
Sabina me acompañaba con sus canciones mientras el guiso del mediodía se calentaba en la olla de teflón vieja y abollada. Me miraba al espejo y me volvía a mirar, me iba a controlar el guiso, volvía al baño para volver a mirarme en el espejo. Algo había cambiado. ¿Me había crecido la barba? No. ¿Estaba más calvo? puede ser, pero no era eso, era otra cosa. ¿Unas arrugas de más? sí, pero no era eso... Entonces, ¿cuál era la diferencia?... iba a bajar la llama de la hornalla para que el guiso no se queme, revolvía un poco más el guiso y volvía a mirarme al espejo. ¿Cuál era la diferencia? algo había cambiado, algo era diferente: era yo, pero no tanto, algo distinto, pero casi el mismo, pero no tanto...
el cadáver, eso fue... ya no lo llevaba a turucuto, eso fue... era yo, sin cadáver... era yo, cargándome a mí. Muchos kilos de menos, pero con unas alas de la concha de la lora dispuestas a ser desplegadas y hamacarme en el aire de invierno, con cualquier cielo... a costa de cualquier pronóstico metereológico... pero antes de callejear por la intergaláctica, me voy a comer, porque todo es más lindo con la pancita llena...

2 comentarios:

bajo renglones dijo...

Intenso y sencillo, como la vida misma :)

Flavia Barrera dijo...

Se me despertó el apetito.